Francisco Javier Sáenz de Oiza

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Aunque nacido en Cáseda, Navarra, tierra a la que profundamente amaba, y criado en Sevilla, ciudad de la que guardaba entrañables recuerdos, Francisco Javier Sáenz de Oiza vivió y desarrolló su carrera profesional en Madrid. A Madrid, como ciudad y a su cultura arquitectónica como profesional, estuvo ligado jugando un papel crucial en lo que ha sido la arquitectura de la capital de España en la segunda mitad del siglo XX. Dejar constancia del mismo es el propósito que tienen estas líneas.

Sin que esta sea la ocasión de mencionar todas sus actuaciones profesionales en Madrid, me parece obligado recordar tres momentos claves de su carrera en los que su poderosa personalidad se hizo sentir en la imagen de la ciudad.

El primero nos lleva a rememorar su contribución a la vivienda popular a finales de los años cincuenta. Los Poblados Dirigidos fueron, sin duda, la ocasión propicia para que toda una generación de arquitectos diesen testimonio de una nueva actitud ética y estética. El terreno de juego que se les ofrecía no podía ser más apropiado: toda una serie de nuevos barrios en la periferia de Madrid. Recuperar el compromiso de la arquitectura con la sociedad y ser capaces de establecer contacto de nuevo con las vanguardias, era la meta de aquellos entonces jóvenes arquitectos que hacían de Francisco Javier Sáenz de Oiza su líder. Oiza se resistía a admitir que así fuera, pero sus coetáneos reconocían su singular inteligencia, su inagotable curiosidad, sus profundos conocimientos, su abnegada dedicación, y sobre todo su afán por alcanzar las más altas cotas profesionales, lo que daba razón de su febril exigencia. El Poblado Dirigido de Entrevías es quizás la muestra más clara del trabajo de aquel Oiza joven. Todavía nos sorprenden aquellas rigurosas plantas, aquel cartesiano despliegue de las viviendas que parecían estar destinadas a usuarios conscientes de lo que significaba la utopía.

Torres Blancas fue, sin duda, la obra que permitió a Oiza darla exacta dimensión de su estatura. Sin las limitaciones de la vivienda popular, con el respaldo de un cliente iluminado que quería para Madrid una obra de arquitectura que no desmereciese de aquellas que aparecían solos manuales de historia, Oiza se sintió capaz de emular a quienes hasta entonces habían sido sus modelos e hizo de Torres Blancas un intenso experimento en el que se exploraba cuanto era posible la síntesis de dos arquitectos tan dispares como Wright y Le Corbusier. En el modesto perfil del ensanche madrileño, el arrogante volumen de Torres Blancas nos habla, hoy todavía, de la dificultad que para los humanos tiene el tentar a los dioses; bien lo pudo comprobar un Oiza maduro.

La tercera obra que es forzoso citar ahora, es el Banco Bilbao Vizcaya, en el paseo de la Castellana. Sin la obligación ya de dar razón de su capacidad y de sus fuerzas, Oiza ofreció a Madrid un edificio en altura peculiar y propio en el que su antiguo interés por hacer que la arquitectura coincidiese con la técnica se hace presente, dando lugar aun episodio urbano que contribuye definitivamente a establecer la identidad de la ciudad. Limpio, estricto, intacto. Madrid es hoy, entre otras cocas, el Banco Bilbao Vizcaya, que se levanta como muestra perenne de la plenitud de Oiza como arquitecto.

Pero cuando, al comenzar estas lineas, mencionaba la crucial contribución de Oiza a la arquitectura madrileña, pensaba sobre todo en el Oiza maestro, en el Oiza profesor en la Escuela de Arquitectura de Madrid durante la segunda mitad del siglo XX. No creo caer en la exageración al decir que no hubo alumno en la Escuela durante los años en que Oiza fue profesor en ella, ajeno a su influencia. Oiza fue obligado término de referencia para todo aquel que pasó por la Escuela de Madrid. Su contagiosa pasión por la arquitectura se hacía sentir en aquellas clases en las que su portentosa inteligencia se manifestaba a los estudiantes, quienes sorprendidos ante tanto conocimiento y tan desbordado entusiasmo, pronto hacían de Oiza un inevitable modelo. Oiza enseñaba, por tanto, no sólo arquitectura, sino que significaba ser arquitecto. Es difícil que una ciudad del tamaño que Madrid tiene quede marcada por el modo de hacer de un arquitecto. Puede que consciente de ello, Oiza haya querido contribuir a su ciudad siendo el maestro de muchos de los arquitectos que hoy trabajan en Madrid, de todos aquellos que tuvieron la fortuna de ser sus alumnos durante aquellos cincuenta años en que la presencia de Oiza era la mejor de las enseñanzas que la Escuela de Madrid proporcionaba.

Referencia[ ]

  • MONEO, Rafael . Francisco Javier Sáez de Oiza, en Enciclopedia Madrid S.XX


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