Revolución de 1934

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Octubre de 1934 representa una fecha central en el devenir de la Segunda República. La revolución obrera en la cuenca minera asturiana y la proclamación del Estat Catalá por el Gobierno de la Generalitat en Barcelona constituyen los dos acontecimientos políticos de mayor envergadura acaecidos en el país desde 1931. Una interpretación simplista de la crisis iniciada el 4 de octubre enlaza, sin solución de continuidad, aquellos sucesos con la Guerra Civil que estallará poco más de año y medio más tarde. No obstante, dicha lectura obvia la complejidad presente en el escenario político español durante el segundo bienio republicano, en el juego de equilibrios, posturas y percepciones—en muchas ocasiones, violentamente discordantes—presentes en partidos o sindicatos. Y advierte como inevitable un conflicto cuyo detonante específico se sitúa en el verano de 1936, nacido entre las filas del Ejército, y no antes.

La revolución de 1934 expresa la tensión social en un contexto de crisis, el deterioro del sistema democrático, el reforzamiento del pluralismo polarizado y la materialización de ambiguas posiciones antisistema en el seno del socialismo español, uno de los pilares básicos del 14 de abril. La entrada de la CEDA, la organización de derechas más votada en las elecciones de 1933, en el Gobierno Lerroux supone la chispa que enciende una huelga general revolucionaria en todo el país. La inestabilidad entre las filas republicanas, el desgaste cada vez más pronunciado en la formación lerrouxista, la conflictividad social latente en el campo o el medio urbano y el impreciso alcance del proyecto rectificador de la CEDA refuerzan las posiciones maximalistas dominantes en el ala izquierda del PSOE y en buena parte de la UGT o de las Juventudes Socialistas, posiciones personalizadas por Francisco Largo Caballero.

Posturas nacidas de una percepción que interpretaba como agotada la República burguesa de 1931, y con ella, al programa reformista del primer bienio. Agotamiento del reformismo, fascistización en la derecha, reacción cedista: argumentos que nutren la idea de una insurrección obrera, a un tiempo en lógica, pero superando, el proyecto inicial de corte reformista de la República del 14 de abril. Contradicción que se refuerza, a su vez, por la ambigüedad del futuro programa de gobierno, y por la pluralidad —y dispersión— de los hipotéticos apoyos de clase a un levantamiento armado, que van desde las Alianzas Obreras (de inicial inspiración trosquista), a algunos sectores del Ejército o la Guardia de Asalto.

El eje del movimiento insurreccional se sitúa en Madrid, y se prolonga desde inicios de 1934 mediante la actuación de una comisión mixta con representantes de las tres organizaciones socialistas. La preparación de la revolución social confluye con una espiral creciente de conflictos laborales, que se suceden en la capital, donde cristaliza un hasta entonces desconocido entendimiento entre la UGT y el anarcosindicalismo cenetista: la hostelería en diciembre de 1933, la construcción en enero, artes gráficas en marzo... Movilizaciones desarrolladas en un clima de creciente enfrentamiento con el cada vez más compacto bloque patronal. El 1 de mayo se repitieron los motines. El epicentro del levantamiento debía ser Madrid y en la capital debía resolverse la toma del poder. Pero, en contraposición a la huelga de 1917 y frente al alcance de guerra abierta que alcanza la huelga en Asturias, la insurrección madrileña no pasa de conato rápidamente abortado. El 4 de octubre el diario El Socialista se preguntaba, ante la inminente formación del Gobierno Lerroux, «¿qué hacer?». El rotativo exponía dos salidas a lo que entendía como traición a la República: y el de la resignación, que a nadie aconsejamos; y el de la oposición, que será el nuestro».

En la madrugada del día 5 se inicia el levantamiento y la huelga general en toda España. Largo Caballero y el comité de huelga serán rápidamente neutralizados por el Gobierno, decapitando así un movimiento que, en cualquier caso, se desarrolla mediante mecanismos descentralizados y sin una clara estrategia de conjunto. La rápida intervención del Ejercito, Guardia Civil y Guardia de Asalto se multiplicó en una ciudad semivacía, en los puntos neurológicos del trazado urbano, en las azoteas de los edificios del centro y en sus principales vías de acceso. Fue especialmente notoria en barriadas obreras como Tetuán o Prosperidad. Pero tan solo tuvieron lugar algunos enfrentamientos aislados con militantes socialistas, teóricamente encargados de ocupar los centros de poder, mientras que el paro en los transportes se vio paliado por la intervención de personal militar. Se cerraron las panaderías, aunque Abc o El Debate se editaron y vendieron en aquellas jornada, reventando así la huelga en artes gráficas. Contradictoriamente, las masas no salieron a la calle. Sí lo haría días después, en la Puerta del Sol, apoyando al Gobierno.

Referencia[ ]

  • RUEDA LAFFOND, Carlos. Revolución de 1934, en Enciclopedia Madrid S.XX


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