Asociaciones vecinales
Las asociaciones de vecinos celebraron en 1998 su treinta aniversario y fue momento para hacer balance de su actuación a lo largo de un período tan intenso en cuanto a cambios sociales. Ningún analista puede negar el protagonismo del movimiento ciudadano en las profundas transformaciones políticas, urbanas, sociales y culturales acaecidas en Madrid en las últimas décadas del siglo XX, de tal modo que esta ciudad y, sobre todo, sus distritos periféricos no serían lo que son sin las asociaciones de vecinos de barrio.
Quizás su antecedente más lejano habría que buscarlo en la Segunda República, cuando la Asociación Oficial de Vecinos-Inquilinos de Madrid protagonizó una movilización con el objetivo de mejorar los contratos con los caseros en lo referente a los alquileres y las malas condiciones de las viviendas; y su precedente más inmediato, al establecer un <<santuario>> desde donde se desplegaron posteriormente algunas estructuras vecinales de carácter democrático, fueron aquellas paternalistas y clientelares Asociaciones de Cabezas de Familia del Movimiento surgidas a mediados de los años cincuenta. Pero las asociaciones de vecinos tienen su origen propiamente en aquellos convulsos finales de los años sesenta. Desde entonces, su discurrir ha pasado por muy diferentes contextos sociales y políticos, lo que las ha obligado adaptarse a distintas situaciones.
En 1968, en plena dictadura franquista y al calor de la reciente Ley de Asociaciones de 1964, se constituyó la Asociación de Vecinos de Palomeras Bajas (Vallecas), seguida de inmediato por la creación de otras asociaciones ubicadas en la periferia de Madrid, hasta conformar en la actualidad un total de 141 asociaciones federadas con cerca de 135.000 socios. La existencia de una fuerte <<crisis urbana>>, debido a la carencia de servicios urbanos básicos (equipamientos infradotados, zonas verdes, transporte público, etc.), un parque de viviendas inadecuado y la falta de libertades políticas que permitiesen un control democrático de una Administración local que crecientemente se percibía como ineficaz, autoritaria y corrupta llevaron a grupos de vecinos de los barrios a organizarse y movilizarse. Precisamente, esta crisis era producto de la combinación entre el caótico desarrollismo urbano de aluvión, incapaz de ofrecer condiciones de vida dignas a los miles de inmigrantes que llegaban a la ciudad, y la falta de libertades públicas. En suma, el modelo urbano se encontraba muy lejos de poder ofrecer un estatuto de ciudadanía a unos <<ciudadanos de segunda>> que se veían urgidos a organizarse y luchar por unos objetivos propios: frenar la especulación urbana, conseguir dignas condiciones de vida en sus barrios y establecer mecanismos de participación como garantía para la superación de los problemas que les afectaban.
En esos primeros años de consolidación de las asociaciones (1969-1974), éstas fueron un refugio para la contestación social y política a la dictadura franquista e incluían a gentes de diversas sensibilidades ideológicas, políticas o confesionales. Hay que destacar que en su origen se produjo una singular sintonía entre activistas provenientes del Partido Comunista y de la izquierda radical con sectores de cristianos de base.Pero sobre todo, poco a poco, fueron incorporando extensas redes vecinales, con lo que llegaron a obtener una amplia representatividad como organización fundamental de la vida de barrio.
Son rasgos definitorios de su naturaleza asociativa su apego al territorio, que le imprime una estrategia integral, trabajando y siendo capaces de poner en relación múltiples dimensiones de la calidad de vida, como la salud, el urbanismo, la educación, la cultura, la vivienda, los problemas de la mujer y de los jóvenes, recreando así los sentimientos de pertenencia a una comunidad, el orgullo y la identidad de barrio.
Hay que destacar también la capacidad de coordinación de barrios con problemas comunes, lo que llevó a la creación de la Federación Regional de Asociaciones de Vecinos, que finalmente fue legalizada en noviembre de 1977. Otro aspecto importante es su gran autonomía respecto de los partidos políticos. Las asociaciones eran interclasistas y permeables a las diversas ideologías, y los dirigentes vecinales siempre han velado por la independencia de las asociaciones, siendo mayor la influencia del movimiento ciudadano sobre los programas de los partidos políticos que viceversa. De hecho, su decidida apuesta por la democracia participativa, así como su carácter asambleario y democrático hicieron de las asociaciones verdaderas <<escuelas de democracia>>.
El período comprendido entre 1975 y 1979 representó la edad de oro del movimiento vecinal. Son los años de las grandes movilizaciones y conquistas políticas y sociales. Su lucha por las libertades públicas, la legalización de las asociaciones, las mejores condiciones de habitabilidad de los barrios y contra la carestía de la vida se expresó en consignas como <<Pan, trabajo y libertad>>, <<Vivienda para todos, aquí y ahora>> o <<La Vaguada es nuestra>>, que se oyeron con fuerza en la primera manifestación autorizada de junio de 1976, a la que asistieron cincuenta mil personas; o poco más tarde, en septiembre, <<la manifestación de la guerra del pan>> en Moratalaz, con cien mil asistentes a la mayor concentración conocida en Madrid hasta entonces. Pero la conquista más emblemática del movimiento ciudadano se dio en el área de la vivienda. El derecho de los vecinos, amenazados por procesos especulativos, de permanecer en sus barrios se tradujo en nuevas operaciones de vivienda pública y en nuevos equipamientos qeu transformaron la periferia de Madrid.
Una vez instaurada la democracia municipal, las asociaciones tardaron en adaptarse a la nueva situación política. La década de los ochenta se caracterizó por la pérdida de dirigentes, que pasaron a engrosar la recién estrenadas instituciones democráticas, a lo que se añadió una mayor legetimación de los canales institucionales para la participación ciudadana. Todos estos factores provocaron una pérdida de referentes y de la propia identidad del movimiento. Aun así, el movimiento exploró nuevas formas de intervención en los barrios, aprendió a combinar la presión con la negociación y desarrolló una clara estrategia de colaboración con las administraciones públicas para facilitar la creación y gestión de sevicios en los barrios y el desarrollo de mecanismos de control democrático.
Durante la década de los noventa, la persistencia y crecimiento del desempleo en los barrios más desfavorecidos, la integración de la población inmigrante y el incremento de los rasgos de la exclusión social, sobre todo, entre jóvenes y mujeres, fueron los nuevos retos que hubo de afrontar el movimiento ciudadano. La creciente segmentación social junto a los sentimientos de vulnerabilidad e incertidumbre han facilitado el surgimiento de movimientos insolidarios dirigidos contra los colectivos más débiles, provocando una reacción rápida de las asociaciones de vecinos. Esa búsqueda de atender las nuevas necesidades ha llevado, sin olvidar su naturaleza reivindicativa, a desarrollar nuevos sectores de actividad en una estrategia de cogestión de espacios e iniciativas que se inscriben en una lógica del desarrollo local. Así, las asociaciones han comenzado a encarar los déficits sociales y participativos autogestionando centros sociales, creando medios de comunicación alternativos, fomentando la economía social, originando procesos formativos, creando bolsas de empleo, etc. Esta evolución reciente muestra, con algunas experiencias muy significativas ya consolidadas, la capacidad de revitalización del movimiento vecinal y sus perspectivas de futuro.
Fuente de la primera versión: Artículo de la Madrid Siglo XX. Enciclopedia, autor Julio Alguacil