Baroja y el Madrid de La busca

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La busca es la novela que abre la trilogía barojiana La lucha por la vida. Junto con Mala hierba y Aurora roja, compone un fresco del Madrid popular y obrero de comienzos del siglo XX. En un estilo directo, entre tierno y desgarrado, Baroja hace transparentes los vínculos que unen la pobreza con la violencia, «la eterna e irremediable miseria» con la «rabia constante» del mundo suburbial madrileño de las corralas y chabolas.

Antes de que, en Aurora roja, esa «rabia» se transforme en protesta anarquista y encuentre en las reivindicaciones sociales y laborales una forma de politizarse; en La busca, aún la encontramos despojada de cualquier aditamento ideológico, en la pureza del arrebato pasional que desencadena la tragedia sin apenas proponérselo, como simple emanación del «sueño profundo» en que se hallaban hundidos «hombres que lo eran todo y no eran nada: medio sabios, medio herreros, medio carpinteros, medio albañiles, medio comerciantes, medio ladrones».

En la mejor tradición de la literatura y la pintura españolas, Baroja sigue el rastro de un niño pobre, Manuel, recién llegado a Madrid, para hacer un inventario de los paisajes y escenas que se viven en odas afueras», en «los barrios pobres próximos al Manzanares», en la corrala del arroyo de Embajadores, en «los altos y hondonadas del barrio del Pacífico», en ese Madrid del extrarradio donde huertas y fábricas conviven de manera extraña y pasajera. Una «ciudad de contrastes» en la que la «vida refinada, casi europea» del «centro» se opone a la «vida africana» de los «suburbios».

Manuel aún no tiene una «idea clara de su vida», carece de «aspiraciones» y de «proyectos», sólo le procura satisfacción la «vida tosca y humilde», la «existencia casi salvaje en el suburbio de una capital». La personalidad del niño no está formada y, en esa condición amorfa y desvalida, Manuel queda cegado por el fulgor de la pobreza, por la maldad y violencia de un mundo que recrea permanentemente el escenario de su propia perdición. La faceta contemplativa del niño es acentuada por Baroja hasta el punto de convertir la «vida africana» madrileña en una visión espectral de golfos, traperos, mendigos y prostitutas que circulan por «los altos y hondonadas» del extrarradio como «detritus del vivir refinado y vicioso».

Entre «las claridades de las linternas de los serenos» y las «siluetas negras de los traperos», el hombre aún por descubrir que es Manuel deambula medio despierto, medio dormido, con ese sopor del cercano despertar a la vida que ilumina las sombras del sueño antes de que una excesiva claridad las sepulte para siempre.

Referencia[ ]

  • DÍEZ RODRÍGUEZ, Luis Mateo. Baroja y el Madrid de La Busca, en Enciclopedia Madrid S.XX


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