Bohemia literaria

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Hay un grupo de escritores y obras vinculados a Madrid que se han ido presentando desde la etapa posromántica del siglo pasando por las promociones de 1898, hasta la década de 1930, con el límite de la Segunda República y la Guerra Civil, con los que se constituye gran parte del capítulo de la bohemia literaria española. Es una corriente artística, con fuerte repercusión en el modo de vida de los autores, que se configura en las literaturas europeas como una consecuencia más de las revolucionarias concepciones ideológicas y estéticas del Romanticismo liberal, y siempre en torno a los grandes centros urbanos, siendo París el de mayor atractivo o repercusión cultural.

Estas manifestaciones de la vida bohemia, bajo la influencia de obras de Nerval, Musset, Gautier, Munger, Heine, Victor Hugo, etc., se caracterizan, en lo social y político, por manifestar su rechazo al racionalismo capitalista del mundo burgués, reclamando nuevos derechos para el individuo, la democratización social; y en lo estético, estos autores persisten en reclamar, independientemente de la calidad de sus propias formas de vida y de sus obras, libertad absoluta para su personalidad y arte.


De los autores españoles que representan esta literatura bohemia, muchos nombres y libros se ajustan a Madrid, porque fue la capital ámbito económico donde se concentró la producción cultural, el marco urbano idóneo para que, estrechamente acompasadas con la compleja evolución sociohistórica moderna, surgiesen las corrientes bohemias de unos modos de vida y de unas creaciones literarias.

En la década de 1860, algunas novelas con personaje de destino «bohemio» (El frac azul, de Enrique Pérez Escrich, en 1864) y la presencia de un literato, Pelayo del Castillo, con su grupo de amigos, comparten la primera leyenda bohemia, de bonanza romántica en la narración y de desgarrada y cruel anécdota picaresca en sus vidas en el Madrid de los barrios populares. Testigos de los acontecimientos de la fracasada revolución de 1868, es una primera generación que se expresa en el relato folletinesco, el teatro y el periodismo.

En 1880 confluye en la capital española una promoción de mayor compromiso social, los conocidos por Gente nueva —titulo de un librito de Luis París— o «germinalistas», por Germinal, su publicación periódica más emblemática. Nacidos en la década de 1860, bajo la Restauración, invocarán tanto la Comuna francesa como los valores revolucionarios de la Primera República española, y vivirán intensamente el fracaso colonial de 1898. Con juveniles lecturas románticas, se forman en el realismo literario, dispersarán pronto sus admiraciones entre los más sugestivos modelos foráneos —Baudelaire, Verlaine, Zola, Nietzsche, Ibsen, Poe, Whitman, Wilde, D'Annunzio, Kropotkin, Tolstói, Gorka—. Pretenderán articular su esfuerzo, en plena juventud, en torno a círculos políticos, a las redacciones de efímeras revistas y peri6dicos, en su mayoría de iniciativas republicanas radicales o anarquistas, y a la actividad editorial de pequeñas imprentas y librerías; excepcionalmente, algunos tendrán la oportunidad, forzada o por iniciativa propia, de vivir en el extranjero, preferentemente en Francia. A pesar de estar teóricamente convencidos del cercano futuro de una era de igualdades sociales, su presencia en la capital revela, tanto el aumento del proletariado intelectual como las grandes dificultades, aun con talento y formación, para lograr estabilidad profesional. Rafael Delorme, Joaquín Dicenta (Juan José), Alejandro Sawa (Iluminaciones en la sombra), Ernesto Bark, el estoniano (La Santa Bohemia, Estadística social), José de Siles, Pedro Barrantes (Delirium tremens), Antonio Palomero, Julio Nombela, Camilo Bargiela (Luciérnagas), A. Lozano o Manuel Paso (Nieblas) entre los más conocidos.

Los escritores del novecientos se presentan en la década de 1890. Modernistas o del 98, cambiarán las perspectivas de la literatura española, recuperando un decidido afán renovador, tanto en sus ideas estéticas como políticas. En medio de la protesta regeneracionista de un país en crisis, con sus persistentes desigualdades sociales, sobrevivirán las actitudes bohemias, orientadas a delatar sus duras circunstancias profesionales frente al caciquismo de los gestores de los grandes rotativos, grupos editoriales y academias. Muchos de los nuevos, a pesar de las dificultades del comienzo de sus carreras, no quieren ser tenidos por «bohemios», y pronto manifestarán opciones ideológicas muy diferentes. Algunas de sus circunstancias biográficas y sus libros decantan el carácter de esa literatura. A saber, entre otras: el modelo estético asumido, la innovación de la bohemia de la juventud —la lucha por consolidar sus vocaciones—, algún viaje, las dificultades y amistades en las estancias en el extranjero (París, preferentemente: Manuel y Antonio Machado, Eduardo Zamacois, Pío Baroja...), el trato con hispanoamericanos (Luis Bonafoux, Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo, José Santos Chocano...), las situaciones de emigración intelectual, con su aislamiento o marginación (las recreadas por Bark a su llegada a España; Gómez Carrillo en el Madrid de 1891; la penuria económica de un Valle-Inclán o Francisco Villaespesa en tomo a 1900; el inicial anarquismo de Azorín; los broncos personajes primeros de los Baroja...), etc. Luego se convertirán en motivos de repaso para la valoración estética de unas primeras etapas creativas, para un análisis radical de la sociedad española o para la grotesca anécdota y sarcástica crítica a unas posiciones sociales tachadas de ociosas y estériles.

Con otros nuevos objetivos intelectuales y estéticos consolidándose entre la guerra europea y las huelgas revolucionarias de 1917 a 1919, algunos desfasados modernistas coincidirán con la promoción de literatos que configurará las primeras vanguardias. Los «Epígonos del Modernismo», como los nombra y trata Valle-Inclán y, en otro escalón de edad, los del entorno del poeta Emilio Cariare (El caballero de la muerte) o algunos de los que se presentan, como los ultraístas, son jóvenes que retoman como tema para sus obras ciertos patrones bohemios, testimoniándolos con sus inconformistas comportamientos y la penuria de su diario vivir. Pedro Luis de Gálvez (Los aventureros del arte), Antonio Rey «Dorio de Gádex» (Un cobarde), Eugenio Noel (Diario íntimo), Alfonso Vidal y Planas (Santa Isabel de Cures), Xavier Bóveda, H. Puche, José Pérez Bojart, Armando Buscarini, etc. Han sido de los más atendidos por los críticos. Y, por otra parte, si bien avanzada la década de 1920 y en los años de la Segunda República, estas manifestaciones literarias quedaron arrinconadas, algunos escritores que habían conocido esos ambientes literarios (Pío Baroja, I. López Lapuya, Manuel Machado, Eduardo Zamacois, Felipe Sassone, Luis Ruiz Contreras, Rafael Cansinos-Assens, etc.) empezarán a notificar, con emoción de resonancia autobiográfica o absoluto despego, sobre esos destinos bohemios resueltos en marginación, trágico final durante la guerra o en el exilio.

Síntesis literaria, de calidad estética reconocida, con variados puntos de vista sobre las vidas e ideales bohemios en Madrid, son Adiós a la bohemia (1911-1923) de Pío Baroja, Troteras y danzaderas (1913) de Ramón Pérez de Ayala y, excepcionalmente, Luces de bohemia (1920-1924) de Ramón del Valle-Inclán, su primer esperpento, fundamental para la dramaturgia española del siglo XX.

Referencia[ ]

  • GONZÁLEZ MARTEL, Juan Manuel. Bohemia literaria, en Enciclopedia Madrid S.XX


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