Camilo José Cela y La colmena: Madrid como Crisol

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Camilo José Cela nació en Iria Flavia (La Coruña) en 1916, pero a los nueve años ya estaba en Madrid, la ciudad en la que residió casi siempre (salvo una prolongada estancia en Mallorca y otra mas breve en Guadalajara), a la que retrató por activa y por pasiva en muchos de sus libros y en la que murió en enero del 2002, con lo que la capital de España marcó para siempre su extensa obra con tanta intensidad al menos como la de sus iniciales raíces gallegas, que también le siguieron acompañando hasta el final, pues allí, en su Iria Flavia natal, frente a la sede de la fundación que lleva su nombre, sus restos descansan ya para siempre. Con motivo de su desaparición, no es que se haya abierto la veda para poder criticarle mejor, pues ello no se ha dado en profundidad, la polémica le ha acompañado desde el principio hasta ahora mismo, pero tampoco puede ya obviarse el hecho de que los más de sesenta años que su obra ha culminado constituyen la mares más profunda de la literatura española de nuestro tiempo, un legado que todavía da lugar a investigaciones, cursos y homenajes que se siguen repitiendo sin parar. Ha sido nuestro mayor testigo, el espejo de las letras españolas de la segunda mitad del siglo XX, quien mejor las ha reflejado y testimoniado a la vez, a lo largo de varias etapas, generaciones y momentos históricos de todo tipo.

Su obra, que llena más de un centenar de volúmenes, ha tocado todos los géneros, la poesía, la novela —larga o corta—, el relato breve, el cuento, el teatro, el ensayo, el artículo, hasta alguna que otra invención tan peregrina como la de los «apuntes carpetovetónicos». De todo ello, lo más importante históricamente han sido sus quince novelas, todas diferentes entre sí, que alían en su interior lo mas clásico con lo mas experimental y vanguardista. Alcanzó una fama arrasadora y provocativa ya con su primera novela, La familia de Pascual Duarte (1942), una historia de sangre y muerte, la violencia, hambre y crimen, que levantó todos los convencionalismos que aplastaban a la timorata y censurada literatura española en los primeros años del franquismo, que se abrió paso a codazos frente a todas las censuras y que fue el primer libro español que de repente colocó nuestra literatura a la altura de aquellos trágicos años de la Segunda Guerra Mundial.

Tras dos novelas mas, y otra de sus cumbres que refundó la literatura de viajes, Viaje a la Alcarria, llegó su segunda gran sorpresa y quizá su obra maestra unánimemente aceptada por todos, tirios y troyanos, amigos y enemigos, La colmena (1951), sin duda la mejor novela sobre Madrid de toda la historia. Pero habría que señalar que esta novela, que había sido escrita —durante cinco años de discusión con la censura franquista— por un español que había combatido en el bando de los vencedores, reflejaba coma un caleidoscopio un drama colectivo, el de un pequeño microcosmos madrileño durante los años cuarenta, en el interior de una sociedad derrotada, mediocre, censurada, aplastada, hambrienta y sufriente, dolorida y sometida a la miseria y la opresión, a las humillaciones de in injusticia, y a las miserables fantasías eróticas de una sociedad en la que pocas cosas estaban permitidas, pues se trataba de una especie de mundo al revés, como lo descubren simbólicamente sus personajes en el café de doña Rosa, al dar la vuelta a las mesas de falso mármol, en cuyo envés sólo encuentran antiguas lápidas funerarias.

La colmena sacudió todos los mimbres de las letras española de entonces, y constituyó en su fondo y en su forma un autentico modelo para las nuevas generaciones, que así lo reconocieron en seguida, desde los miembros de la generación realista hasta los vanguardistas de los años setenta y ochenta. La implacable, exacta y magistral prosa de su autor, que es lo que le ha concedido su perennidad, no se quedó allí, sino que siguió adelante por toda suerte de caminos, tan «inciertos» como el que la subtitulaba, pues se vertió en todas las direcciones de la rosa de los vientos, desde el lirismo surrealista de Mistress Caldwell habla con su hijo al monólogo brutal de San Camilo 36, de la exasperación negra y oscura de Oficio de tinieblas 5 hasta la letanía exterior de Cristo versus Arizona, de la Galicia rural de Mazurca para dos muertos hasta el incesante y mítico oleaje final de Madera de boj, tras atravesar la triste celebración de las víctimas en El asesinato del perdedor y La Cruz de San Andrés. Y habría mucho más que hablar (y que aquí no cabe, ni siquiera ese oratorio alucinado que fue María Sabina, un monólogo en cinco cantos o actos dedicados a los muchachos que fuman «flores de magnolio»). ¿Ha habido alguien más arriesgado, más joven, más experimental y más rebelde que Camilo José Cela, el hombre que llegó pronto a la Real Academia y tarde el Premio Nobel —en 1989— y que renovó nuestra novela caminando desde Cervantes hacia la libertad, pues no era un vencedor —la mitad de todos nosotros— que escribía de los vencidos y así para todos nosotros? Por cierto, y para olvidadizos, La colmena, prohibida por la censura de Franco, se publicó en Buenos Aires y provocó la expulsión de Cela de la Asociación de la Prensa de entonces, que conste.

Referencia[ ]

  • CONTE, Rafael. Camilo José Cela y La colmena: Madrid como Crisol, en Enciclopedia Madrid S.XX


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