Casa de las Flores (artículo)

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Proyectada por Secundino de Zuazo en 1930, la manzana residencial conocida como Casa de las Flores es la realización más importante de su autor —la gran figura de la arquitectura de Madrid en la época republicana— y la más significativa obra de vivienda de la modernidad española. En la zona de Argüelles del Ensanche, y ocupando toda la manzana delimitada por las calles Gaztambide, Rodríguez San Pedro, Hilarión Eslava y Meléndez Valdés, Zuazo levantó un denso conjunto de viviendas que logra una ejemplar síntesis entre la edificación perimetral de manzana cerrada característica de los ensanches tradicionales del siglo XIX y los bloques exentos de la ciudad periférica en el siglo XX, reconciliando la urbanidad premodema con el higienismo moderno, y proponiendo un modelo residencial que conjuga el pragmatismo inmobiliario con la excelencia arquitectónica.

Dividiendo en dos la manzana con una calle ajardinada, y duplicando las bandas perimetrales paralelas a esta calle interior con sendos bloques lineales que comparten los núcleos de escaleras y ascensores con las viviendas exteriores, el arquitecto configure una organización tipológica de extrema racionalidad, que alcanza un aprovechamiento muy intensivo del suelo urbano con viviendas luminosas y bien aireadas, de geometría regular, y cuyo impacto visual sobre la ciudad se amortigua situando en el interior del conjunto las construcciones de mayor altura.

Concebido como modelo repetible, y propuesto de hecho por Zuazo como módulo urbano en su segundo proyecto de ordenación de la prolongación del Paseo de la Castellana en 1931 (el primer proyecto, realizado con el urbanista berlinés Hermann Jansen para el concurso internacional de 1930, utilizaba bloques abiertos paralelos en la línea racionalista radical de Hilberseimer o Gropius), el conjunto de las Flores se ejecutó con unas inflexiones tan pragmáticas en su adaptación a las diferentes orientaciones, con una articulación tan inteligente en sus esquinas de terrazas ajardinadas sobre los generosos arcos del soportal, y con una atención tan exigente a los lacónicos detalles de sus fachadas de ladrillo que el esperable esquematismo de un prototipo se transmute en la estratificada complejidad formal e interpretativa de una obra maestra.

No es fácil delimitar el crédito que en el resultado final debe atribuirse a su colaborador en esta obra, el alemán Fleischer; pero la continuidad que muestra con proyectos anteriores del bilbaino, y la congruencia con la exploración morfológica y urbanística desarrollada en sus trabajos posteriores deja pocas dudas sobre la autoría intelectual y profesional de Zuazo: las inevitables influencias vienesas y holandesas en un arquitecto siempre atento al debate transformacional se subordinan aquí a su búsqueda testaruda de una intemporal «verdad arquitectónica», denominación que por entonces tantos dieron a una tan elusiva como imprescindible objetividad que situase la construcción de la ciudad moderna —más allá de los estilos cambiantes y las modas efímeras— en un terreno sólido.

Resulta inevitable comparar la Casa de las Flores con el otro gran proyecto de vivienda moderna realizado contemporáneamente en la Península, la Casa Bloc, construida en 1932 en Barcelona por Subirana, Sort y Torres Clavé, tres discípulos catalanes de Le Corbusier: en contraste con el mimetismo diagramático del bloc à redent del gran maestro suizo, la Casa de las Flores manifesta con extrema originalidad el espíritu inquisitivo y fundamentalista que anima a la vanguardia alemana de los años veinte, y muy especialmente el talante riguroso y escueto del Mies van der Rohe de la revista G y los proyectos urbanos. Por más que la gravedad tectónica de los muros y la regularidad académica de las fenestraciones desdibujen los vínculos y borren las pistas que llevan de Mies a Zuazo, el lector alemán de Santo Tomás y de Guardini late con el mismo corazón que el tenaz intérprete español de la arquitectura esencial de Herrera y Villanueva.

El poeta chileno Pablo Neruda, que fue el más insigne inquilino de la Casa de las Flores, debió de captar algo de su aura exacta cuando dedicó al edificio el homenaje torrencial de sus versos. Frente a Notre-Dame, Victor Hugo pronosticó la sustitución de la construcción por el relato: ceci tuera cela; pero ante la razón cerámica y floral de la obra de Zuazo, las palabras fugaces de Neruda confirman la tenaz supervivencia de la arquitectura tras el vendaval verbal contemporáneo.

Referencia[ ]

  • FERNÁNDEZ-GALIANO, Luis. Casa de las Flores, en Enciclopedia Madrid S.XX


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