El Paso
En febrero de 1957 se fundó en Madrid El Paso, uno de los grupos de mayor relevancia en la configuración y definición de la vanguardia española. El grupo estaba formado por Manolo Millares, Antonio Saura, Rafael Canogar, Manuel Rivera, Luis Feito, Antonio Suárez, Juana Francés y Pablo Serrano. Junto a estos artistas formaron parte del grupo los críticos de arte José Ayllón y Manolo Conde. Poco después se incorporaron también el escultor Martín Chirino y el pintor Manuel Viola.
En marzo de 1957 se publicó el manifiesto de El Paso, redactado por José Ayllón, y en abril de ese mismo año se inauguraba la primera exposición del grupo en la Librería-Galería Buchholz de Madrid. Las galerías que daban cabida al arte moderno, con un soporte económico no exclusivamente artístico, como Buchholz, Fernando Fe o Biosca, fue un fenómeno frecuente en Madrid en los años cuarenta y cincuenta.
El Paso desempeñó un papel fundamental en el proceso de normalización de una vanguardia, desorientada y dispersa desde el final de la Guerra Civil, aunque no fue el primer intento de reunificación de esfuerzos de artistas de vanguardia. Con anterioridad habían surgido el Grupo Pórtico (1947-1950) en Zaragoza, Dau al Set (1948-1953) en Barcelona o el Grupo Parpalló (1956-1961) en Valencia, que tuvieron asimismo un papel decisivo en la configuración de una vanguardia española. Sin embargo, en relación con los distintos grupos, El Paso presenta una significación singular debido a la procedencia dispar de sus miembros, su coherencia plástica, a pesar de la fuerte individualidad de cada uno de sus componentes, ya su ideología comprometida y radical.
Manolo Millares había nacido en Las Palmas de Gran Canaria, Antonio Saura, en Huesca, Rafael Canogar en Toledo, Manuel Rivera en Granada, Antonio Suárez en Gijón (Asturias), Juana Francés en Alicante, Pablo Serrano en Crivillén (Teruel), Manuel Viola en Zaragoza y el critico José Ayllón en Tarragona. Solamente eran de Madrid Luis Feito y Manolo Conde. Se produce así una confluencia en la que hemos visto un paralelismo con la procedencia dispar y su encuentro en Madrid de los componentes de la llamada generación del 98.
Los artistas de El Paso iniciaron su formación en un ambiente artístico en el que la modernidad se abría paso de una forma precaria. En realidad, podría decirse que el arte de los miembros del grupo, al igual que el de otros muchos artistas de vanguardia de entonces, no se correspondía con las condiciones reales e históricas del país. Su actividad fue una labor que tendió un puente, un paso, entre una modernidad invertebrada y una vanguardia radical. Para ello, al igual que para otros pintores que vivieron la aventura del Informalismo y construyeron la poética del Arte otro, fue decisivo el conocimiento de las realizaciones de la vanguardia abstracta. La vanguardia que tenía su centro y capital en París y el Expresionismo Abstracto norteamericano fueron los puntos de referencia y contacto con un nuevo lenguaje que inmediatamente asimilaron e hicieron propio. En este sentido, los artistas de El Paso realizaron un arte en el que existen varios componentes que forman parte de un denominador común: la primacía de una expresividad agresiva e intensa; la reducción intencionada del color a unos límites mínimos para su existencia y, por último, a través de ello, el convencimiento en una poética artística del compromiso.
Uno de los aspectos que definen la dimensión plástica de El Paso fue precisamente su preocupación y actitud crítica ante la realidad y su compromiso con una situación histórica. La vanguardia significaba rebeldía, ruptura. El compromiso con la realidad del momento suponía una misma actitud de lucha y negación de lo establecido que los miembros de El Paso identificaron con su práctica artística.
Una fotografía de Manolo Millares, reproducida en diversas ocasiones, en la que el pintor aparece junto a un deteriorado cartel en el que se lee «PROHIBIDO EL PASO», es un testimonio preciso de esta actitud a contracorriente. En el manifiesto de El Paso (verano de 1957), se afirmaba: «Creemos que nuestro arte no será válido mientras no contenga una inquietud coincidente con los signos de la época, realizando una apasionada toma de contacto con las más renovadoras corrientes artísticas.
Vamos hacia una plástica revolucionaria —en la que estén presentes nuestra tradición dramática y nuestra directa expresión— que responda históricamente a una actividad universal».
Una tradición dramática que tiene su referencia en la expresividad y agresividad radical de la pintura final de Goya. Los nocturnos, ausentes de color, de Viola, el monocromatismo y la gestualidad de Saura, las condensaciones de materia de Feito, Suáez y Juana Francés, la desgarrada angustia, existencial y patética de las arpilleras de Millares, y la gestualidad expresiva y palpitante de Rafael Canogar, inciden en una idea esencial: el valor plástico y agresivo de la tradición española y su recuperación para una vanguardia universal, al igual que las telas metálicas de Rivera, los hierros escribiendo gestos en el espacio de Chirino o la escultura densa y texturada de Pablo Serrano. El Paso fue un paso decisivo en la afirmación y consolidación de la vanguardia y en la normalización de la modernidad artística e histórica de España
Referencia[ ]
- NIETO ALCAIDE, Víctor. El Paso (1957 - 1960), en Enciclopedia Madrid S.XX
Este artículo reproduce el capítulo homónimo de la Enciclopedia Madrid Siglo XX, cuyo autor conserva el copyright.
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