Hipódromo de la Zarzuela

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Los bombardeos de la guerra cayeron sobre Madrid sin piedad sobre dos de las obras más importantes que Eduardo Torroja había recién construido en 1935: el Frontón Recoletos y el Hipódromo de la Zarzuela. El frontón se derrumbó, siendo reconstruido eras la guerra; el hipódromo resistió y aún es parte de nuestro patrimonio. Esta obra es el resultado de un momento creador intenso, lleno de intuiciones en la vida de este ingeniero. Las grandes y finas marquesinas vuelan abiertamente sobre el espacio de las gradas, configurando estas un basamento pesado y quizás demasiado impermeable para nuestra voluntad actual de ver y comprender de un solo golpe de vista. Aquí, la arquitectura perjudica a la ingeniería. Pero el contraste entre estos pájaros estructurales y la peana en la que se apoyan sigue siendo como un sueño de libertad.

Se conocía poco del comportamiento de formas tan complejas, pero la lógica y los modelos a escala real permitieron a estos pioneros conseguir construir formas tan estables y al tiempo tan bellas y esbeltas capaces de resistir y permitir el paso de los obuses con la misma limpieza que un tejido. Es posible que ojos inexpertos no puedan apreciar la elegancia y el autentico ballet de fuerzas y material resistente que permanece encerrado en el edificio. Esta manera de proyectar en la que el ingeniero es como un domador de una jungla de acciones y reacciones, y lo hace con tanto ingenio como para no significarse en exceso, pero al tiempo utilizar la menor cantidad de material posible casi ha desaparecido. Era una actitud moral, se pensaba, se conocían en parte los límites y se amaba el riesgo y la experimentación controlados. Al tiempo, todo se impregnaba de una actitud modesta hoy también inconcebible. Las cosas parecían mas fáciles y ocultaban su carga heroica.

El edificio necesitaría una restauración que lo hiciera más transparente (como deseaba Torroja cuando mencionaba superficies acristaladas), haciendo así el proyecto mas pedagógico, más claro al gran público. Un envoltorio acristalado de paredes y suelos eliminando toda la pesadez de sus arquitecturas añadiría al hipódromo una escenografía donde la estructura fuera, como en realidad es, el único actor. Como una escultura homenaje a nuestro gran ingeniero, visible por la noche y en los mejores atardeceres de esta zona privilegiada, velazqueña. Un recuerdo a su resistencia en el frente de Madrid. Hacerlo transparente sería el mejor ejemplo de la resistencia estructural y la capacidad de sus planos para aguantar en pie o de sus láminas para despegar.

Referencia[ ]

  • PÉREZ ARROYO, Salvador. Hipódromo de la Zarzuela, en Enciclopedia Madrid S.XX


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