Huerta de Loinaz
Fue conocida primeramente como la huerta del Valle de las Anorias (por el gran número de norias) -propiedad de Felipe II- quien mandó comprar estos terrenos para conducir el agua de sus arroyos hasta el Alcázar, cosa que resultó bastante difícil, por lo que en 1589, vendió las tierras a su lacayo, Juan de Linares. A partir de entonces la finca pasó por diferentes dueños quienes ampliaron sus construcciones. La finca estaba formada por una casa que incluía habitaciones, cuadras, graneros, un estanque, una noria y terrenos de regadío y de secano. En 1758, Martín de Loinaz compró estas tierras fundando un mayorazgo y denominándose desde entonces, huerta de Loinaz. Sus descendientes tuvieron que venderla a finales del siglo XVIII, perdiendo el carácter agrícola a favor del residencial. En 1842 fue adquirida por Dolores Quesada, esposa de Andrés Arango, promotor del barrio de Chamberí, quien transformó la parte norte en una finca de recreo bautizada como La Chilena situada entre el paseo de la Castellana y las calles de Zurbarán, Marqués del Riscal y Fortuny, una de las fincas más famosas del paseo. En 1856 Arango vendió una parte de la huerta de Loinaz a José Manuel Collado, dueño de la vecina huerta de Brancacho y el resto a la Sociedad Parisina Parent Schaken et Compagnie en 1863 que parceló el terreno vendiéndolo por lotes. La vivienda que Arango construyó en La Chilena estaba en lo alto de un jardín que bajaba suavemente hacia la Castellana. Sus herederos la mantuvieron hasta que, en 1893, la vendieron en dos solares, ocupado uno de ellos por el palacio del duque de Santa Elena, quien levantó su residencia conocida como Villa Olea.