Leyenda de la urraca

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Cerca de la Iglesia del Buen Suceso vivía una noble dama a quien gustaba mucho lucir sus joyas que guardaba en un pequeño cofre. Cierto día descubrió con disgusto que le habían desaparecido todas y acusó a su criada, que llevaba mucho tiempo con ella, de habérselas robado.

-«Se lo juro por Dios, que yo no he sido»- replicaba una y otra vez la criada.

Pero la señora no la creyó, así que la denunció y la criada, instantes antes de ser ahorcada, proclamó una vez más su inocencia. Al poco tiempo, mientras su modista le estaba probando unos nuevos trajes, las dos mujeres vieron cómo una urraca entraba en la habitación y se llevaba el dedal de la modista. La señora mandó llamar a su nueva criada y le dijo que levantara la teja del tejado donde la urraca había depositado el dedal y allí aparecieron las joyas robadas, no por la inocente criada sino por la urraca que todo lo que brillaba se lo llevaba. La señora, en señal de arrepentimiento, dejó encargadas una serie de misas en la cercana Iglesia del Buen Suceso, por el alma de su criada. Y dejó dispuesto en su testamento que se siguieran celebrando esas misas cada semana a las dos de la tarde, después de muerta ella. Este es el origen de las misas a las dos de la tarde de los domingos.


Este artículo incorpora material del Diccionario Enciclopédico de Madrid, de María Isabel Gea, publicado por Ediciones La Librería, autorizada su inclusión en Madripedia bajo licencia Reconocimento-CompartirIgual