Movimiento Obrero

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El movimiento obrero a comienzos del siglo XX se movía en Madrid- como en toda Europa- en la doble vía de acción que le caracteriza: la acción directa sobre los empresarios a través de la organización de huelgas y sindicatos y la acción política encaminada a presionar a las autoridades mediante elecciones, manifestaciones y militancia en partidos políticos. En Madrid, como capital del estado, el peso de la política siempre fue muy elevado. Por ello, no es de extrañar que el Partido Socialista Obrero Español se fundase aquí en 1879 ni que sus principales dirigentes, con Pablo Iglesias a la cabeza, fuesen obreros madrileños. Partido socialista declaradamente marxista sentía vivamente -como la mayoría de los partidos socialistas europeos vinculados a la Segunda Internacional- la primacía de la acción política sobre la acción directa y el rechazo hacia la política y las instituciones burguesas. De acuerdo con estos postulados, el PSOE había fundado a su vez la Unión General de Trabajadores (1888), una central sindical que tenía entre sus cuadros dirigentes a la plana mayor del Partido y que aparecía así como subordinada a éste, siguiendo el modelo de la socialdemocracia alemana, tan admirado en toda Europa. Ante el fracaso de arraigar la Unión en Barcelona, la ciudad más industrializada de España y más inclinada al sindicalismo puro y al anarquismo, se decidió en 1899 trasladar su sede a Madrid. Madrid se convirtió así en el centro del movimiento obrero de signo socialista con unos 15.000 afiliados -el 30 por 100 de los ugetistas de España hacia 1902-. El mantenimiento del rechazo a la política burguesa privó sin embargo al PSOE de un fuerte arraigo tanto en afiliación como en apoyo electoral. Su impacto sobre la opinión pública se limitaba a principios de siglo a la organización de las manifestaciones pacíficas de los Primeros de Mayo desde 1890 y mucho después, en 1905, a las concejalías obtenidas en el Ayuntamiento. Su potencial clientela electoral seguía prefiriendo votar a los partidos republicanos o no hacerlo, conociendo la inutilidad del parlamentarismo corrupto, siguiendo las consignas sindicalistas y anarquistas.

Los organizadores tanto del PSOE como de la UGT procedían del campo de los obreros especializados de la ciudad y más concretamente del mundo de los trabajadores de las imprentas, los tipógrafos, cuyo papel promotor tanto del socialismo como del sindicalismo, ha sido estudiado en toda Europa. La conciencia y orgullo de su oficio y su elevado grado de alfabetización, infrecuente entre los trabajadores españoles, les hizo imprescindibles y a su organización, la Asociación General del Arte de Imprimir -que tomó forma entre 1871 y 1874 y que era por tanto más antigua incluso que el propio PSOE- la sociedad de oficio que las demás debían forzosamente imitar. Tipógrafos eran el propio Iglesias y 16 de los 25 fundadores del PSOE y ocuparon siempre al menos tres puestos en la ejecutiva del Partido hasta 1925. Tipógrafos serán hombres básicos del movimiento obrero madrileño como García Quejido, Lamoneda, Gómez Latorre, Juan José Morato -más como cronista que como organizador- u otros. Finalmente, la primera federación de industria nacional seria creada por el socialismo madrileño será la de tipógrafos, en cuyos estatutos se inspiró la UGT. Por ello, la filosofía dominante de las organizaciones obreras de la ciudad se mantuvo en un principio en los parámetros dictados por los tipógrafos: la importancia de una organización seria, que afiliase a la mayoría o a la totalidad de los trabajadores y con una caja de resistencia repleta para cualquier eventualidad; la prudencia en las reivindicaciones y en la organización de las huelgas, a las que siempre había que buscar un final negociado por las directivas -con la menor participación posible en las gestiones de los propios obreros del taller-; y la existencia de un referente político, el Partido Obrero, al que debía subordinarse la actividad sindical. Esta visión se correspondía y se acomodó al mundo de pequeños talleres de obreros especializados que convivían a diario con los maestros artesanos, habitual en el mundo laboral madrileño. El centro fundamental a través del cual se difundirán estas ideas será la Casa del Pueblo -en la calle Piamonte desde 1908-, domicilio social de la mayoría de las sociedades de oficio que lentamente se irán creando en el Madrid de finales del siglo XIX, a imagen y semejanza del Arte de Imprimir o bien ayudadas y apoyadas por éste. El poderío económico y el patronazgo moral de esta sociedad lideró el movimiento obrero madrileño al menos hasta los años de la Primera Guerra Mundial: amén de todas las sociedades segregadas del Arte (encuadernadores, impresores, litógrafos, fotograbadores, fundidores tipográficos), los tipógrafos fueron decisivos en los primeros pasos de "El Trabajo" (albañiles), los carpinteros, los obreros en hierro y los panaderos, o lo que es lo mismo en la construcción, la madera, la metalurgia y la alimentación, las columnas vertebrales de la industria madrileña.


En la segunda década del siglo sin embargo las perspectivas cambiaron: el PSOE se alió con los republicanos, tras los sucesos de la Semana Trágica en Barcelona, y logró su primer diputado en Cortes -el propio Pablo Iglesias- en 1910, saliendo así del ostracismo político; el aumento del peso en la organización ugetista de los mineros asturianos y vascos y de los ferroviarios -que, a diferencia de los tipógrafos, carecían de cualquier pasado preindustrial- llevaron a la UGT madrileña a implicarse en complicadas huelgas de ámbito nacional como las de 1911 y 1912; el estallido de la Gran Guerra en 1914 supuso un cambio de las condiciones políticas y económicas del país, que sufrió un alza del coste de la vida y una acelerada industrialización que obligaron a los socialistas a implicarse en unir las demandas de una política de subsistencias -que canalizase los motines protoindustriales que estallaban con suma frecuencia por este motivo- con una necesaria democratización del sistema, esfuerzos que desembocaron en la fracasada huelga revolucionaria de agosto de 1917; finalmente el impacto social e ideológico de la revolución de octubre de 1917 llevará a un fuerte debate ideológico dentro del socialismo y a la aparición de un sector más radicalizado tanto dentro del Partido -preferentemente las Juventudes-, como en la UGT, a cuyos integrantes se bautizará como "terceristas" -por ser partidarios de la Tercera Internacional-.

El primer gran brote de conflictividad obrera en Madrid se dará en este contexto doble que combina la pérdida de influjo del modelo sindical tipográfico y una aguda politización de las directivas. Concretamente será entre los años 1919 y 1923, años en que los precios habían doblado sus guarismos de 1914 y años de oleadas huelguísticas en toda Europa, cuando la huelga se convierte en algo cotidiano en la ciudad, cuando realmente sustituye al viejo motín de subsistencias como medio de protesta popular por excelencia y cuando el sindicalismo madrileño alcanza la mayoría de edad. Los protagonistas dentro de la UGT madrileña serán los obreros de la construcción, que se habían convertido en un tercio de los afiliados de la Casa del Pueblo por esas fechas y que tenían un peso relevante dentro de la débil industria madrileña, debido a la fiebre constructora de esos años -creación de la Gran Vía, ampliación de la ciudad-, fiebre que continuará en los años veinte, dotando a este sector de un peso aún mayor. Junto a ellos destacarán poderosamente los obreros panaderos, que provocarán cuatro huelgas generales, o los metalúrgicos. La consecuencia de estas huelgas será la creación de grandes sindicatos locales que intentarán aglutinar a las viejas sociedades de oficio, con éxito diverso: el Sindicato Metalúrgico "El Baluarte" (1919), el Sindicato de Artes blancas (de obreros tahoneros y harineros, 1920), el Sindicato de la Madera (1920) y, por encima de todos, la colosal Federación Local de la Edificación (1921), que se extendía fuera de la capital hacia los obreros de Barajas, Leganés y Vicálvaro. A los conflictos de estos sectores más o menos tradicionales, pero amenazados por los bruscos cambios en sus industrias, se unirán más tarde las huelgas de los trabajadores del sector servicios: los dependientes de comercio, los periodistas, los carteros, los conductores de automóviles, los camareros o los empleados de banca -que organizarán una huelga general en 1923-. Estos sectores, tradicionalmente mansos o bien excesivamente novedosos, desarrollaron otras tácticas huelguísticas -bastante más violentas- y se mostraron bastante reacios a seguir las pautas ugetistas sindicándose con bastante libertad, cuando no alimentando las filas de los disidentes anarquistas y comunistas dentro y fuera de la Casa del Pueblo. Algunos de estos sectores con el apoyo de ciertos trabajadores de la construcción poco cualificados -los peones en general, rechazados por la FLE por no ser un "oficio"-, jóvenes radicalizados y ciertos dirigentes tradicionales descontentos -García Quejido, Lamoneda- formarían precisamente el núcleo madrileño del nuevo PCE -producto de dos escisiones del PSOE- de 1921-1922.

La generación de dirigentes del PSOE-UGT que siguió a Pablo Iglesias, que tras un pronunciado declive físico fallecerá en 1925, es decir, la formada por Julián Besteiro -intelectual, catedrático en la universidad madrileña- y sobre todo Francisco Largo Caballero -estuquista del barrio de Chamberí y por tanto obrero de la construcción-, no perdió sin embargo el control de la situación, se mantuvieron en la ortodoxia pablista e incluso el PSOE ganó las elecciones en Madrid en abril de 1923. A cambio, y tras la escisión, todo el poder político y social de los socialistas pasó a la UGT, porque el partido quedó muy debilitado y perdió afiliación. Esta tendencia se reforzó tras el golpe de estado de Primo de Rivera en septiembre de 1923: prohibidos los partidos políticos, la UGT colaboró en los organismos de gobierno y monopolizó la representación obrera en las relaciones laborales corporativistas auspiciadas por el régimen. Con ello su control del mercado de trabajo madrileño y del movimiento obrero fue casi total, olvidándose los momentos críticos de 1919-1923. A cambio la conflictividad bajó a mínimos, mientras la fiebre constructora y los cambios socioeconómicos y la terciarización de la ciudad prosiguieron a pasos agigantados durante los años veinte. El PCE y la CNT quedaron fuera de la ley y hasta los sindicatos católicos fueron marginados.

La caída de Primo de Rivera en 1930 puso en peligro las conquistas ugetistas y la posición de la UGT se aproximó a la oposición republicana, aunque con mucha prudencia. La UGT madrileña encarnada en el propio Largo Caballero participará en la caída de la monarquía y ocupará el ministerio de Trabajo en los gobiernos republicanos de 1931 a 1933, reformando la legislación laboral del país y disparándose la afiliación tanto al PSOE -que pasó a un primer plano, debido a su notable influencia parlamentaria- como a la UGT, que sólo en la provincia de Madrid rondaba los 200.000 afiliados en 1931 -casi 70.000 sólo de la construcción, casi 30.000 del transporte urbano y casi 15.000 de Artes Gráficas-. Esta afiliación masiva, hija de la República y de las expectativas de cambio generadas, con muchos obreros poco cualificados y poco educados en las viejas tácticas ugetistas o bien procedentes de un sector terciario en expansión, rompió sin duda el equilibrio interno de la UGT en un Madrid que había cambiado mucho desde 1900 a ahora. Los problemas de 1919-1923 volvieron corregidos y aumentados: la salida de los socialistas y por tanto del movimiento obrero madrileño del gobierno en 1933 y el triunfo del centro-derecha ese mismo año, el resurgimiento de una agresiva CNT que empezó a ganar posiciones en Madrid -a través básicamente del Sindicato Unico de la Gastronomía y del Sindicato Unico de la Construcción, es decir, entre camareros y peones- y presionaba a las directivas sindicales a emplear la acción directa, y el aumento del desempleo y el malestar a partir de 1933-1934, llevaron a Largo Caballero, a la UGT y a una renacida ala izquierda del PSOE a radicalizar su opinión sobre la República, a organizar la fallida insurrección de 1934 -con una huelga general en Madrid- y a no participar en el gobierno del Frente Popular tras su victoria electoral en febrero de 1936. Esto no sólo supuso una fuerte división del socialismo que enfrentó agriamente al PSOE -controlado por Indalecio Prieto- y a la UGT -controlada por Francisco Largo Caballero-, sino que llevó a la UGT a intentar controlar y liderar la oleada huelguística que se desatará en Madrid entre abril y julio de 1936. Esta oleada que llegará a movilizar a más de 100.000 obreros -y obreras, pues las operarias de la confección y las del sector químico tuvieron un relevante papel-, tuvo su eje en la huelga general de la construcción, promovida a partir del 1 de junio por la Federación Local de la Edificación y el Sindicato Unico, pero será este último quién le de el tono: asambleas magnas de todos los trabajadores al aire libre, movilización de los tajos a pie de obra, aparición de pistoleros. Entonces la UGT descubrirá que su modelo ha entrado en crisis y que no puede hacer volver al trabajo a sus afiliados. Cuando la Guerra Civil estalla en julio la huelga no sólo seguía en marcha, sino que los enfrentamientos entre obreros en las calles de Madrid se habían convertido en algo habitual.

En treinta años el movimiento obrero madrileño habrá pasado de una organización sindical en expansión pero con unas bases sólidas a una organización en el apogeo de su poder pero con una crisis clarísima en su modelo y gestión. En esa línea, será durante la guerra y en esas circunstancias dramáticas y tan sumamente frágiles cuando la UGT madrileña toque el cielo y su veterano dirigente Francisco Largo Caballero alcance la presidencia del Gobierno.

Fuente de la primera versión: Artículo de la Madrid Siglo XX. Enciclopedia, autor Francisco Sánchez Pérez