Movimiento asociativo
El desarrollo del fenómeno asociativo se encuentra estrechamente relacionado con la consolidación de las estructuras propias de la modernidad. El asociacionismo surgió en el contexto de la industrialización y de la urbanización como forma alternativa de recuperar una cohesión social resentida con el debilitamiento de las redes sociales de orden primario (las relaciones de parentesco, de vecindad, de amistad, de compañeros), consecuencia de los procesos de alienación propios del avance de las grandes organizaciones despersonalizadas (grandes empresas, Administración del Estado). Las asociaciones se erigen, en consecuencia, en un instrumento de mediación y regularización que permite, a la vez, la autonomía y la integración social de aquellos individuos que voluntariamente deciden participar y cooperar de forma estable y continuada para la consecución de objetivos de interés común y la satisfacción de necesidades que se encuentran restringidas o son incapaces de satisfacer las grandes estructuras del mercado y las organizaciones gubernamentales.
El movimiento asociativo estuvo vinculado en un primer momento a los grandes grupos y clases sociales que se conformaron en las ciudades a través del sistema productivo y de sus derivaciones político-ideológicas. Las primeras asociaciones pretenden canalizar las aspiraciones de grupos sociales en función de su posición en el mercado de trabajo y sus conductas en torno la luchas de clases. Así, en la sociedad madrileña de la Restauración (1876-1931) predominaron las sociedades de carácter obrerista, sindical o gremial, con sus derivaciones en el campo ideológico y político (casas del pueblo, ateneos, círculos republicanos); y como reacción surgieron otras asociaciones ideológicas ligadas a la jerarquía eclesial, como fueron los grupos de Acción Católica y las Juntas Parroquiales de Acción Social, o a la patronal, como la Unión Ciudadana (que preconizaba la libertad de los esquiroles). Cabe destacar de estos primeros pasos del movimiento asociativo su carácter multifuncional. Se trataba de sociedades donde se lograba establecer un equilibrio entre sus objetivos (sindicales, políticos) y las diversas actividades complementarias vinculadas a la esfera de la vida cotidiana (culturales, recreativas, relacionales, afectivas).
Tras el largo paréntesis de la dictadura franquista y tras la promulgación de la Ley de Asociaciones de 1964 la realidad asociativa se recompuso ofreciendo una creciente complejidad y heterogeneidad. Apareció una mayor distinción entre las asociaciones con relación a sus diferentes funciones. Así, entre las múltiples tipologías que se podrían establecer, se puede optar por la siguiente diferenciación básica, que manifiesta, por otro lado, un desarrollo del tejido asociativo que amplía el clásico marco de la lógica de la contradicción capital/trabajo hacia otras contradicciones culturales, sociales o políticas que se expresan con mayor significación en el medio rural.
- Asociaciones de naturaleza expresiva (asociaciones culturales, recreativas, deportivas): aquellas cuyos objetivos y actividades persiguen, en primer lugar, satisfacer necesidades emocionales y afectivas a través de la relación y comunicación entre sus miembros y, también, con otros sujetos ajenos a la asociación.
- Asociaciones de influencia (humanitarias, ecologistas, vecinales): pretenden genéricamente el bien público, frecuentemente a través de estrategias de transformación social de su medio ambiente y su medio social, para lo que tratan de influenciar y servir a <<otros>> sujetos ajenos a la organización.
- Asociaciones de naturaleza instrumental (profesionales, empresariales, de afectados): buscan el beneficio individual a través de estrategias colectivas de defensa de intereses comunes. La asociación en este sentido es una estructura que genera acciones que son beneficiosas para los propios asociados.
La gran mayoría de las asociaciones mezclan estas tres funciones independientemente de sus objetivos declarados en los estatutos, lo que, por otra parte, pone de relieve las diversas y cruzadas motivaciones que tienen muchas personas para asociarse. Ganar autonomía en la relación recíproca con otros y ser, tomar y sentirse parte de un grupo es signo inequívoco de una mayor cohesión social. Es a través de estas estructuras donde se apreden los derechos de ciudadanía y las asociaciones se encuentran en mejor disposición para incorporar a los ciudadanos a los procesos de participación.
El crecimiento del asociacionismo es constante en la ciudad de Madrid, y en su evolución reciente podemos diferenciar cuatro momentos de inflexión que vienen definidos por una trayectoria explicada por la mayor segmentación de la estructura social y que tiende a sustituir las grandes identidades por las pequeñas identidades.
Un primer boomasociativo se inició en 1966 al calor de la recién estrenada ley de Asociaciones que permitió la emergencia de asociaciones de carácter cultural, recreativo, profesionales y deportivas, es decir, todas aquellas de naturaleza expresiva e instrumental que tienen mejores condiciones de desenvolvimiento en un marco político restrictivo.
Una segunda ola de inscripción en los registros de asociaciones se produjo en los años 1977-1978, en plena transición política y tras el reconocimiento de las asociaciones de influencia que ya venían trabajando en la ilegalidad. Las asociaciones de vecinos y de padres y madres de alumnos eclosionaron. Entre 1984 y 1985 tuvo lugar un tercer momento de expansión asociativa, esta vez vinculada a los denominados nuevos movimientos sociales: aparecieron en el escenario un mayor número de asociaciones juveniles, de mujeres, ecologistas, pacifistas, de comunicación cultural (radios libres, revistas alternativas). Un último punto de inflexión se originó, ya iniciada la década de los noventa, con nuevas iniciativas que pretenden influir en la superación de los nuevos problemas sociales, como la exclusión social. Surgieron en el nuevo escenario asociaciones humanitarias de ayuda a los sectores desfavorecidos, asociaciones de inmigrantes, asociaciones que fomentaban la economía social y las empresas de inserción, etc.
La eclosión de las iniciativas asociativas de nuevo tipo que emergen en la ciudad de Madrid desde mediados de la década de los ochenta, y que se inscriben en el campo de lo alternativo y de la solidaridad, conlleva una nueva cultura asociativa que, sin rechazar la cultura reivindicativa de las asociaciones más tradicionales, aboga por una cultura de la autogestión y de la cogestión, también, por tanto, de la complementariedad y de la colaboración con las administraciones públicas. De tal modo que sus estrategias se dirigen a diseñar y generar proyectos y actividades con vocación de influir sobre el gobierno de la ciudad y, a la vez, de complementarse y coordinarse con el mismo. Si bien, esa nueva cultura asociativa precisa de una nueva cultura de la acción pública encaminada a construir ámbitos de encuentro y de mutua confianza entre la Administración y el tejido asociativo, sin que ello vaya en menoscabo de las aspiraciones autonomistas de éste.
Finalmente, a pesar de las dificultades para analizar un fenómeno tan complejo, las escasas investigaciones que se han preocupado del asociacionismo en Madrid vienen a indicar su constante crecimiento en cantidad y complejidad. Aun así, recientes estudios, como el Estudio sobre las necesidades sociales en el Municipio de Madrid, EDIS, Ayuntamiento de Madrid, 2001, indican que el nivel de asociacionismo en la ciudad de Madrid no puede considerarase muy elevado, pues sólo uno de cada cinco madrileños mayores de dieciséis años pertenece a alguna entidad, lo que contrasta con otros datos que nos muestran cómo esta misma relación a nivel nacional es de un asociado cada tres españoles. Esta misma fuente nos señala cómo se distribuyen los miembros de asociaciones según tipos: lo más destacable es comprobar cómo de los madrileños asociados un 26% lo son de las asociaciones de vecinos, un 24% de las asociaciones de padres y madres de alumnos, y un 17,5% de las asociaciones humanitarias. En todo caso, una buena base e interesante trayectoria para pensar en una potencia cada vez más necesaria para vertebrar una sociedad como la madrileña.
Fuente de la primera versión: Artículo de la Madrid Siglo XX. Enciclopedia, autor Julio Alguacil