Rafael Moneo

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Paseando por Madrid, decía un amigo que, con Rafael Moneo, habíamos ganado un magnífico arquitecto, pero que habíamos perdido un gran político. Creo que lo decía por esa capacidad, tan poco común, de tomar un poco de distancia frente a las cuestiones del trabajo y ver la arquitectura como algo que forma parte de la vida, que necesariamente exige una reflexión constante sobre la sociedad, sobre la historia, sobre el futuro, sobre el modo de usar las cosas, sobre la necesidad de la arquitectura y la ciudad de ser un recipiente de las voluntades personales y colectivas. Paseando por Madrid... Bankinter esparció la esperanza de que una arquitectura de nuestros días no sólo podría convivir con la ciudad existente, sino aún más: ¡hacerla visible! Fue un aldabonazo, inteligente, que despertó una arquitectura hasta entonces incapaz de conciliar pasado y futuro. Las viviendas del paseo de la Habana nos permitieron imaginar, siquiera por un instante, que la vida entre la naturaleza era aún posible en Madrid. Un poco más allá, el Museo Thyssen, llegó al corazón de lo posible, del potencial de la arquitectura: si el Museo de Mérida ensanchaba el espacio para poder transitar en la expectación que surge de la visión contemporánea de un sonido antiguo, romano, y una sección decididamente moderna, en el Museo Thyssen, como la otra cara de la moneda, vemos recuperados espacios murarios y crujías, pero cuando nos interrogamos por la ligereza que percibimos, descubrimos que los materiales que se encuentran en inglete grítan no sólo su verdad, sino la moderna primacía del plano frente al volumen; al contrario de lo que ocurría en Mérida, aqui se abre el espacio para el mundo personal ante la presencia simultánea de un espacio palaciego, cuyo sonido es secretamente moderno. Y ya más abajo, llegando a la estación de Atocha, surge la esperanza de que las infraestructuras de la ciudad trasciendan su mera función, y su riqueza espacial, su transparencia, se inunden de optimismo por una ciudad soñada, donde la arquitectura y la ciudad sean la misma cosa. Pero atender a tan diversas cuestiones, y algunas más que nos dejamos en el tintero, sólo es posible desde aquella posición en que se coloca Rafael Moneo: una posición casi física, en el interior de la arquitectura; desde allí (creo que este es su mejor legado), las fronteras entre la construcción, la historia, los usos, la ciudad, la vida, nuestras voluntades e ilusiones, se erosionan, y el trabajo es encontrar el vínculo entre ellas; pero todas se perciben al tiempo, y ninguna debe ser descuidada: su obra es un cuidadoso tablero, lleno de reflexiones, de opiniones, de asociaciones y presencias simultáneas, capaz de acoger la partida que cada uno va a jugar. No, no creo que hayamos perdido un gran político. (Al fin y al cabo, un político es el que cuida de la ciudad, de la polis; eso imaginaron los griegos, en su fecunda perplejidad.) ¿O es la política otra cosa que la capacidad de transmitir el optimismo de que la sociedad, la ciudad en que vivimos puede y debe ser mejorada?.

Fuente de la primera versión: Artículo de la Madrid Siglo XX. Enciclopedia, autor Luis M. Mansilla

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