Residencia de Estudiantes y las artes visuales

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La Residencia de Estudiantes ocupa un lugar central en la renovación de la cultura española, especialmente en lo que a la literatura, la ciencia y la música se refiere. Tuvo, además, una influencia de carácter general sobre la vida intelectual, con una mentalidad abierta y una actitud poco convencional. No fue un centro de actividad artística plástica, ni podía serlo—no era lugar adecuado para exponer o para hacer manifestaciones pictóricas—, pero en sus habitaciones se habló de pintura y de escultura, se habló de «arte nuevo», y entre los residentes se encontraban Salvador Dalí (1904-1989), Luis Buñuel (1900-1983) y Federico García Lorca (1898-1936), que tuvieron una gran incidencia en el desarrollo de la literatura y el arte españoles del siglo XX. Además, conviene señalarlo desde el principio, en la Residencia dominó un talante abierto y original, que rechazaba la mediocridad y las convenciones y en el que la experimentación, muchas veces con un carácter marcadamente lúdico, tuvo siempre gran importancia.

Dalí llegó a la Residencia a finales de 1922, iba a estudiar pintura en la escuela de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Su llegada, pintorescamente ataviado, acompañado de su padre, tímido y taciturno, ha sido comentada en diferentes ocasiones. De hecho, parece que el pintor permaneció en su habitación bastante apartado de los demás residentes hasta que entabló amistad con Pepín Bello, persona fundamental para conocer la vida de la Residencia y las andanzas de algunos residentes. A partir de ese momento frecuentó la vida madrileña en compañía de Buñuel, Maruja Mallo, Rafael Barradas, García Lorca, etc., andanzas de las que es primer testimonio una aguada de 1922 titulada Sueño noctámbulo (Andorra, colección Enric Sabater), en la que, con lenguaje cubista, representa al grupo de amigos.

Más allá de la anécdota, cabe decir que García Lorca ejerció una considerable influencia sobre el pintor: desató su imaginación, liberó sus represiones, además de proporcionarle abundantes ideas que enriquecieron su iconografía. Pero la influencia fue mutua y también Dalí fue extraordinariamente sugerente para Lorca. La escena quedaría incompleta si olvidásemos al ya mencionado Pepín Bello, persona poco dada a escribir pero fundamental en tanto que catalizador de actividades intelectuales con un profundo sentido lúcido —que están en el origen de lo grotesco daliniano— y como creador de ideas.

En los años de la Residencia, la pintura de Dalí difícilmente se adscribió a un solo movimiento o tendencia, pero muestra un conocimiento de orientaciones diversas que tiene mucho que ver con la información obtenida a través de la Residencia y su círculo de amigos.

Antes de 1922, su pintura, de considerable precocidad, podía situarse en el Postimpresionismo de finales de siglo. Tras su llegada a la Residencia, se decanta por el Ultraísmo —en el que es notable el papel desempeñado por Rafael Barradas—, el Cubismo y el Clasicismo de corte más o menos italianizante. Conviene recordar a este respecto que tras el fin de la Primera Guerra Mundial se propone una expresa «vuelta al orden» y se considera que el Cubismo es un movimiento «heterodoxo» y, para algunos autores, de signo comunista.

En 1923 realiza Dalí algunas de sus obras cubistas, como el Autorretrato con «L'Humanité» (Figueres, Fundación Gala-Salvador Dalí), una pintura en la que el tratamiento de la figura debe más al Ultraísmo de Barradas que al Cubismo propiamente dicho, lenguaje que, sin embargo, emplea para los motivos espaciales que aparecen tras el pintor. Trata su fisonomía con rasgos esquemáticos queso convierten casi en caricatura y logotipo: destacan las cejas negras, los ojos almendrados, el rostro alargado y su singular peinado lacio. Estos rasgos, que permiten identificarle con nitidez, volverán a aparecer en otros autorretratos y en varios dibujos en los que aparece con García Lorca. También dibujará Federico a su amigo sirviéndose del mismo esquema: SLAVDOR ADIL (h. 1925-1926, Barcelona, col, particular) o Sueño de marino (1927, col. particular).

A finales de 1923 y comienzos de 1924 pinta Dalí un Retrato [Federico García Lorca] (Figueres, Fundación Gala-Salvador Dalí) que se dice fue realizado en la habitación del poeta en la Residencia. Se supone que representa a Federico leyendo (¿le?) unos versos, pero los datos que permiten reconocer al protagonista son muy escasos. No sucede lo mismo con el excelente Retrato de Luis Buñuel (1924, Madrid, MNCARS), en el que vemos al cineasta pintado con un lenguaje de corte clasicista en un paisaje solitario, que anuncia los que más adelante serán característicos del singular Surrealismo daliniano.

Ello no le impide continuar pintando en clave cubista, e incluso futurista, lo que ha hecho pensar que conocía la revista Valori Plastici, que posiblemente hojearía en la Residencia. Naturaleza muerta. La botella de ron (1924, Madrid, Fundación Federico García Lorca) es un óleo que Dalí regaló al poeta y recuerda la pintura metafísica italiana, especialmente a Giorgio Morandi, algunos de cuyos motivos aparecen también en otra Naturaleza muerta (Figueres, Fundación Gala-Salvador Dalí) de ese año. La influencia italiana, en este caso futurista, se percibe en su Autorretrato con «La Publicitat» (1925, Madrid, MNCARS), en el que de nuevo reaparecen sus rasgos descompuestos en un movimiento que estructura la imagen a la manera de los futuristas.

Mientras tanto, la amistad entre Dalí y Lorca se había hecho más intensa. El poeta pasó las vacaciones del verano de 1925 en Cadaqués y la importancia de su relación se advierte tanto en las pinturas y dibujos, en los que aparecen superpuestos los rostros de los dos amigos, cuanto en un proyecto típicamente «residente» que no llegó a realizarse, pero del que han quedado abundantes vestigios documentales (cartas, dibujos y textos explicativos): un libro sobre «los putrefactos». (Putrefacto, según Rafael Santos Torroella, equivalía a «grado extremo de consunción por inmovilismo, e implicaba, como vituperio, el emparejamiento con el mal olor que trasciende de todo cadáver insepulto».) En ambos casos, tanto en la pintura como en los dibujos, se perfila ya un nuevo Dalí.

Por lo que hace a las pinturas, conviene destacar Naturaleza muerta al claro de luna malva (h. 1926, Figueres, Fundación Gala-Salvador Dan) y Arlequín (1926-27, Madrid, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía), entre otras, en las que se repite el tema de las cabezas superpuestas y desdobladas, un motivo que también hace suyo el propio Lorca en alguno de los dibujos ya mencionados. El lenguaje no es todavía el surrealista, sí la intención. Por otra parte, ni el Cubismo ni el Clasicismo, sobre los que continúa en estas fechas, parecen capaces de satisfacer aquello que el artista busca (y que sólo en 1927 y 1928, con Cenicitas [Madrid, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía] se perfila con claridad).

Algo de eso se percibe ya en los dibujos que preparó para «los putrefactos». Es posible que el asunto surgiera como una broma y una burla propia del «espíritu de los residentes», más aún si, como se ha dicho, la idea correspondía a Pepín Bello, pero no cabe duda de que el proyecto iba más allá de una simple ocurrencia y nos pone sobre aviso de lo que Dalí será posteriormente, pero todavía no es. De acuerdo con la reconstrucción de Rafael Santos Torroella, el proyecto tenía la naturaleza de una broma típicamente colegial: exaltación de la ingenuidad y «torpeza» de un pintor como Rousseau el Aduanero, y burla de diversos tipos y acontecimientos de la realidad cotidiana española. Concebidos como caricaturas, los dibujos dalinianos recuerdan los monigotes de Paul Klee y en ocasiones parecen ejercicios dadaístas, pero en cualquier caso son profundamente irreverentes para el «espíritu de seriedad» que era propio del arte, incluso del arte de vanguardia, y poseen un marcado sentido grotesco.

Estos son rasgos que me parecen propios de la Residencia, de García Lorca y de Luis Buñuel, herencia de la Residencia, que conectan con la conocida fotografía realizada por Juan Vicens en la Posada de la Sangre en Toledo, en 1925) en la que aparecen Pepín Bello, José Moreno Villa, Luis Buñuel, José María Hinojosa, María Luisa González y Salvador Dalí.

Después, Dalí fue expulsado de la Academia, la relación de amistad entre Lorca, Dalí y Buñuel se enfrió rompiéndose definitivamente. El cineasta y el pintor atacaron con violencia al poeta, su poesía era, al decir del pintor en carta que le envía en 1928, «poesía vieja». Buñuel y Dalí marcharon a París, el «espíritu» de la Residencia desapareció.

Referencia[ ]

  • BOZAL, Valeriano. Residencia de Estudiantes y las artes visuales, en Enciclopedia Madrid S.XX


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