Teatro lírico

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La actividad lírica en el Madrid del siglo XX se desarrolla en dos mundos opuestos, la zarzuela y la ópera. La zarzuela siguió vertebrando la música teatral madrileña a comienzos del siglo XX y los años que van hasta la Guerra Civil son los más productivos de su historia, estrenándose más de mil obras.

Con el nuevo siglo se inicia un cambio de mentalidad en el teatro lírico. Desaparecen los protagonistas de la generación del género chico ochocentista y dos nuevas generaciones de músicos van a llevara cabo el cambio. A la primera pertenecen los nacidos entre el 1870 y 1885 y es la denominada generación del 89: destacan Arturo Saco del Valle, Vicente Lleó, Tomás Barrera, Amadeo Vives, Manuel Quislant, José Serrano, Rafael Calleja, Quinito Valverde, Luis Foglietti, Pablo Luna, Manuel Penella y Reveriano Soutullo. La segunda, la de quienes nacen entre 1886 y 1898, es la denominada generación de los maestros y este representada por Fernando Díaz Giles, Francisco Alonso, José Padilla, Juan Vert, Federico Moreno Torroba, Rafael Millán, Ernesto Rosillo, Jacinto Guerrero, Pablo Sorozábal. Todos estrenan sus obras mas importantes en Madrid.

A pesar de la crisis que conllevan estos cambios, el número de teatros dedicados al género en el Madrid del nuevo siglo aumenta: nueve en 1904, ocho en 1905 y doce en 1909. En términos de creación nos encontramos con parecida situación: en 1890 se estrenaron 78 obras; en 1900, 83; en 1905, 108; y en 1908, 180.

A partir de 1901 operan nuevas fórmulas dentro de la vieja zarzuela. La revista moderna, el género ínfimo, las variedades y la opereta se imponen en un mercado en el que el libreto pierde la tradición sainetera. No es fácil ordenar este complejo mundo, pero el panorama podría ser: el género chico vive en declive, pero activo, hasta 1910 y con vida terminal desde esta fecha hasta 1930; la revista, distinta de la del XIX, actúa a partir de 1915 y llega prácticamente hasta 1960; el género ínfimo y las varietés, tienen un período que va desde 1900 hasta 1935; la opereta vive con fuerza entre 1905 y 1920; y la zarzuela grande se recupera a partir de 1923 con Dona Francisquita.

El género chico tuvo en los teatros madrileños Eslava, Moderno, Martín, Apolo y Zarzuela su ultimo refugio, pero fue perdiendo la gran tradición sainetera a pesar de estrenos geniales como 'El bateo de Federico Chueca. Distinta es la vida de la revista: a partir de 1915 asoma el nuevo concepto de revista denominada de visualidad o de espectáculo, que tendrá como grandes especialistas a Francisco Alonso y Jacinto Guerrero. Enseñanza libre, 1901, La Torre del Oro, 1902, y Cinematógrafo naciona1, 1907, de Gerónimo Giménez, Guillermo Perrin y Miguel Palacios, respectivamente, son magníficos ejemplos de lo válido. El estreno en 1919 de Las corsarias de Francisco Alonso marcará el camino que seguiré la nueva revista.

Mas relevante y también confuso, otro termino que se pone de moda, el «género ínfimo», se representa en los teatros Cómico, Actualidades, Romea y Eslava: es una vuelta al viejo género bufo, con presencia de cuplés sicalípticos y picarescos, que hacen que el erotismo acompañe a una degradaci6n de la calidad musical y literaria. Quedan como paradigma: La gatita blanca, La moral en peligro de Vicente Lleó o El arte de ser bonita de Giménez y Vives y Las grandes cortesanas de Quinito Valverde. El género ínfimo tuvo un compañero de viaje, las variedades o varietés, donde alternaran números visuales y cantados. La parte fundamental de las variedades es la canción, que pasa a las cupletistas más famosas del momento.

De mucho más interés lírico fue la entronización de la opereta. En 1908 se estrenaba la obra de Pablo Luna Museta, a la que seguirán Molinos de viento, 1910, o El asombro de Damasco, 1916. Junto a Luna, tuvieron importancia las de Vicente Lleó, que convirtió al Eslava en sede de la opereta madrileña y fue el autor de La corte del Faraón, la obra más celebrada en los inicios del siglo. La opereta fue seguida por Rafael Gómez Caneja, Rafael Millán, Manuel Penella y Amadeo Vives.

No todos los cambios en el teatro lírico de comienzos del siglo XX tienen este carácter «disgregante». A partir de los veinte revive la zarzuela grande con Jugar con fuego de Barbieri. Amadeo Vives, Pablo Luna, José Serrano y Francisco Alonso dan los primeros pasos e inmediatamente se incorporaran Jesús Guridi, José Padilla, Federico Moreno Torroba, Jacinto Guerrero y Pablo Sorozábal. Vives lo consigue con Maruxa, 1914, Bohemios, 1920, y sobre todo con Doha Francisquita, 1923, obra símbolo del cambio. Obras como La del manojo de rosas, 1934, y La tabernera del puerto, de 1936, de Sorozábal, y Luisa Fernanda, 1932, de Moreno Torroba, quedaron como símbolos.

La zarzuela en el siglo XX tiene un capítulo final que llega hasta los años sesenta y es el último resurgir de la revista, cuando se reduce la importancia del texto y se incrementa la visualidad, el baile y la exhibición del cuerpo femenino. De esta forma, el viejo género de la revista tendrá una larga vida que nos llevará hasta las últimas obras de los años cincuenta con Guerrero y Alonso, con una fuerte actividad durante las dictaduras de Primo de Rivera y del general Franco.

La compleja actividad lírica planteada no impidió que la ópera viviera en Madrid un período creativo: durante las tres primeras décadas de siglo se estrenaron en Madrid más de cuarenta óperas. Pero quizás lo más interesante de esta época es que, conocidas las grandes corrientes europeas de finales de siglo, surgen influencias personales representadas en Circe y Margarita la Tornera de Ruperto Chapí, y Raquel, 1900, Farinelli, 1902, o Tabaré, 1913, todas de Bretón. El primer movimiento operístico se produce en torno al proyecto del empresario vasco Luciano Berriatúa y Chapí, proyecto que implicó la construcción de un nuevo gran teatro, el Teatro Lírico, y el encargo de óperas a Saco del Valle, Amadeo Vives, Ricardo Villa, Manrique de Lara y Ruperto Chapí. La primera década del siglo se cierra con un estreno en 1909 de otra obra cumbre de nuestro teatro, Margarita la Tornera de Chapí, obra poderosa que responde plenamente al desarrollo de la ópera europea. La década de los diez fue el último período brillante en la historia de nuestra ópera y merecen cita especial Emilio Serrano, María Rodrigo, Manuel de Falla, Joaquín Turina o Conrado del Campo, autor de El final de Don Álvaro, 1910, y La tragedia del beso, 1915, o El Avapiés, 1918.

A la generación de la República dejó de interesarle el tema operístico. El cierre del Teatro Real en 1925 contribuyó a que esto fuese una realidad. Habrá que esperar a los silos setenta del siglo XX, para que la nueva generación del 51 y sus sucesores se ocupen de nueva de la opera, especialmente Luis de Pablo con su Kiu, El viajero indiscreto o La madre invita a comer. Diversos compositores se han acercado al género, como Jose Ramón Encinar, Jorge Díaz, Alfredo Aracil, Mariza Manchado, Miguel Ángel Coria, etcetera.

Referencia[ ]

  • CASARES RODICIO, Emilio. Teatro lírico, en Enciclopedia Madrid S.XX


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