Vivienda Marginal

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El concepto de vivienda marginal, entendida como modalidad extrema de infravivienda, ha estado presente en Madrid a lo largo del siglo XX. Elocuentes descripciones han dejado escritores como Baroja ('La busca', 1904) o Martín-Santos ('Tiempo de silencio', 1961). En este comienzo del siglo XXI sobrevive en condiciones residenciales asimilables a la marginalidad una población estimada en 50.000 familias, según ha desvelado el estudio previo al Plan contra la Exclusión Social para el año 2002. No todas las situaciones son de la misma gravedad ni tampoco tienen el mismo impacto urbano y social. La más llamativa es, sin duda, el neochabolismo residual de tipo tercermundista, que se agudiza todavía más por su componente étnica, básicamente nutrido como está por la minoría gitana (y grupos asimilados como quinquis y mercheros) desde los ochenta, a los que se han venido a unir algunas de las últimas oleadas inmigratorias (portugueses, magrebíes o rumanos, sobre todo). En el caso de los gitanos, el chabolismo es la respuesta residencial a su proceso reciente de sedentarización urbana y de adaptación a un modelo de economía familiar basado en el comercio ambulante, la busca o el chatarreo; así, la chabola hay que entenderla como la versión residencial de su nuevo modo de vida urbana y la materialización de su incorporación a la ciudad pero sin llegar a mezclarse con su población. Por tanto, las diferencias del neochabolismo étnico respecto al convencional de mediados del siglo XX no son sólo formales (menor calidad constructiva y de tamaño de los cobijos), sino que también afectan a las características sociales, culturales y laborales de sus ocupantes, que vendrían a explicar los muy diferentes ritmos de integración en uno y otro caso.

Muchos son los problemas encontrados a la hora de identificar y censar los asentamientos chabolistas de la última generación; la gran movilidad y, en ocasiones, la ilegalidad de sus residentes y la propia versatilidad de las edificaciones dificultan enormemente la confección de un censo fiable y estable como paso previo a cualquier operación de absorción. Sirva como ejemplo el censo elaborado en 1986 por el Consorcio para el Realojamiento de la Población Marginal, en el que se computaron 2.674 familias alojadas en 58 asentamientos marginales, habitados mayoritariamente por población de etnia gitana. Tampoco resultó fácil conocer el número y características demográficas de la población que componía las familias censadas, habida cuenta de su organización en clanes y una actitud recalcitrante al empadronamiento y al registro civil; aun así, de los datos manejados por el Consorcio se desprende que la población censada tenía los rasgos propios de las sociedades tercermundistas: familias numerosas y jóvenes, fruto de una alta natalidad; mínimo nivel formativo y rentas bajas e irregulares; dedicación a actividades informales, ambulantes y, en algunos casos, ilegales; grandes déficits asistenciales. Esta radiografía social es válida para las sucesivas oleadas de chabolistas gitanos procedentes de otras regiones de España, impulsados por el efecto llamada, pero que iban dejando obsoletos los sucesivos recuentos de la situación chabolista de Madrid.

Por tanto, el fenómeno residencial marginal de raíz étnica se ha mantenido durante los años ochenta y 90, pues, si bien han desaparecido gracias a las políticas de absorción buena parte de los mayores y más recalcitrantes asentamientos como el poblado marroquí de Ricote en Peñagrande o el gitano de Los Focos, han surgido otros no menos pujantes como el portugués de Pitis, situado en el entorno de Mirasierra. Siempre se ha reproducido en clave tercermundista el chabolismo como todos sus ingredientes clásicos (ilegalidad, precariedad, tamaño mínimo, etc.), al que vinieron a unirse, en el caso de Peñagrande, algunas formas despreciables de especulación sobre la miseria. En cuanto al asentamiento de Pitis, aunque de distinta procedencia geográfica y étnica, la población portuguesa que lo habita, tiene idénticos problemas de integración en el sistema económico y social madrileño que gitanos o magrebíes; fue muy rápido su crecimiento en los noventa, alimentando también por inmigrantes nómadas de origen rumano y húngaro, así como por gitanos, estando en marcha el traslado de sus habitantes a bloques de la Empresa Municipal de la Vivienda.

Falta por considerar la eficacia de las fórmulas utilizadas para resolver en paralelo el problema habitacional y la integración social de las poblaciones marginales. Ambas facetas, aunque consideradas conjuntamente sobre el papel a lo largo del siglo XX, en la práctica han obtenido resultados casi siempre decepcionantes; con demasiada frecuencia, a lo único que se llegó fue a sustituir un chabolismo <<horizontal>> por otro <<vertical>>; así lo corroboran las fórmulas de absorción utilizadas a lo largo de los cincuenta y sesenta, siendo de todas la más funesta de las Unidades Vecinales de Absorción (UVA). Respecto a ellas algo se ha avanzado en las dos últimas décadas, si bien con valoraciones controvertidas. Por una parte, la deseable integración con el resto de la sociedad en sus mismos modelos residenciales (viviendas colectivas) ha desembocado a menudo en rechazo y en conflictividad. Cuando se ha optado, en cambio, por promociones (provisionales o definitivas) destinadas a alojar chabolistas, particularmente si éstos son mayoritariamente familias gitanas, casi siempre han encontrado la hostilidad de la población vecina al emplazamiento elegido; a ello ha colaborado la mala imagen que todavía padece nuestra minoría étnica, incrementada por el hecho de que algunos asentamientos chabolistas (Cruz de la Cura, por ejemplo en Fuencarral) e incluso los poblados de realojamiento (Pozo del Huevo, sobre todo) se hayan convertido en auténticos <<supermercados de la droga>> además de en verdaderos guetos segregados, para los que, a veces se han elegido zonas de pésimas condiciones ambientales, como el tristemente célebre poblado de Cañada Real, situado junto al vertedero de Valdemingómez.

En cambio, ha cosechado mejores resultados la acción emprendida en el caso del Poblado de Ricote en Peñagrande consistente en un programa de arrendamientos subvencionados por Ayuntamiento y Comunidad de Madrid, en función de los ingresos de los interesados, en viviendas de particulares o del IVIMA, al que acompañaron actuaciones en materia de empleo, formación e integración social a cargo de los nuevos Centros de Promoción Comunitaria. Una metodología similar está siendo desarrollada por el nuevo IRIS (Instituto de Realojamiento e Integración Social), responsable a nivel autonómico de los programas de realojamiento en otros poblados chabolistas de grandes dimensiones (El Salobral, Las Barranquillas o Pitis, por ejemplo), abandonándose con carácter general la fórmula de los poblados destinados en exclusiva a alojar a chabolistas, que tan negativos resultados han dado. A pesar de lo cual hay entre ellos quienes manifiestan preferencias por los poblados de casas unifamiliares diferenciados, pues consideran que se adaptan mejor a sus estilos de vida y oportunidades laborales y son más baratas que las viviendas en alquiler. El problema aún no resuelto es el de aceptación social e integración de inmigrantes o gitanos, sin la que será imposible acabar con la tugurización.


Fuente de la primera versión: Artículo de la Madrid Siglo XX. Enciclopedia, autor Manuel Valenzuela Rubio