Colina de los Chopos

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«Una amorosa congregación de espíritus de oro luciendo en paz sobre la vida», Juan Ramón Jiménez.

Sólo un poeta es capaz de acuñar términos sintéticos, palabras sedimentadas que consiguen, en su concisa precisión, evocar realidades que las trascienden. Juan Ramón Jiménez, inventor del topónimo la Colina de los Chopos, ha nombrado para siempre, en el acervo y el imaginario madrileño, un espacio ejemplar de cultura y debate, de creatividad y pensamiento. Madrid, tan a menudo acusado de enrocarse en un casticismo alicorto, de vuelo bajo, puede justamente mirar la Colina de los Chopos como una de sus aportaciones más originales y ejemplares en el ámbito universitario y del pensamiento, las ciencias y las artes.

Es preciso referir los orígenes de este centro de formación a aquella Institución Libre de Enseñanza fundada por Francisco Giner de los Ríos, en 1876, para renovar las estructuras y la orientación educativa españolas. Fruto de sus inquietudes e impregnada de su espíritu, la Junta de Ampliación de Estudios creó, en 1910, la Residencia de Estudiantes; de esta manera, ensanchaba el campo de su actividad al mundo universitario.

Tres años más tarde se inicia la construcción de la sede definitiva, en los entonces llamados Altos del Hipódromo, según el proyecto de Antonio Flórez Urdapilleta. Dos pabellones idénticos, conocidos como «Los Gemelos», se dedicaban a habitaciones y salas para los residentes, mientras el pabellón central albergaba locales comunes, y el conocido como «Transatlántico» acogía las salas de conferencias, reuniones y actos públicos.

Bajo la dirección de Alberto Jiménez Fraud, la Residencia cristaliza como punto de referencia para la cultura del momento y de debate abierto a las vanguardias. Puede decirse que no hubo artista o intelectual de relevancia internacional que no visitara la Residencia y pronunciara en ella conferencias. Einstein y Curie, Le Corbusier y Gropius, Chesterton y Valery, Bergson, Calder, Stravinsky, Keynes..., todos encontraron en el salón de actos del «Transatlántico» ambito de resonancia para sus mensajes y una cilia acogida, que a menudo se prolongaba en tertulias trasnochadoras con los residentes. Mencionar entre ellos a García Lorca, Buñuel, Dalí o Pepín Bello es ya tópico, mas no por lugar común deja de ser cierto. Rafael Alberti, Miguel de Unamuno, Severo Ochoa, José Ortega y Gasset, Manuel de Falla, Eugenio d'Ors, o el Juan Ramón Jiménez que renombró los edificios de la calle del Pinar con el apodo por el que ha sido conocido, todos fueron contertulios habituales y residentes durante sus estancias madrileñas.

Ese ambiente abierto e innovador, «paraíso de la inteligencia y del servicio al arte, fértil milagro del espíritu español», en palabras de Álvaro Mutis, vio fraguar una de las más bellas y admirables ideas: La Barraca, grupo itinerante de teatro universitario; en sus pabellones se escribieron los textos, se compusieron las partituras, se realizaron los decorados y ensayaron los residentes que luego representarían por los pueblos de España a Lope, Cervantes, Calderón y el mismo Lorca.

Hoy la Residencia continúa su labor de siempre en los viejos edificios; cuidadosamente restaurados por Jerónimo Junquera y Estanislao Pérez-Pita, en ellos resuenan voces diferentes pero ideales similares.

Referencia[ ]

  • VICENS Y HUALDE, Ignacio. Colina de los Chopos, en Enciclopedia Madrid S.XX


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