Cristo del Pardo
Felipe III mandó esculpir la imagen para conmemorar el nacimiento de su hijo -futuro Felipe IV- ocurrido el Viernes Santo de 1605. Se cuenta que el escultor Gregorio Hernández habiendo esculpido varias veces la cabeza y sin conseguir dar la expresión deseada a la cara, recurrió a la oración y cuando consiguió expresar lo que quería dijo: «El cuerpo lo hice yo, pero la cabeza la hizo Dios». Cuando se construyó el convento de los Capuchinos de la Paciencia en el Pardo, el rey regaló la figura yacente al mismo. A mediados del siglo XIX y durante cuarenta y cinco años, un ermitaño estuvo viviendo junto a los muros del convento encargándose de que no se apagara nunca la lámpara frente al Cristo. Durante la guerra civil fue respetado gracias a que pertenecía al Patrimonio Artístico y estuvo la mayor parte del tiempo en los sótanos del Museo del Prado. En 1918 el pueblo de El Pardo pidió al Cristo que no permitiese que la epidemia de gripe que había por todo el país entrase en el pueblo, siendo uno de los pocos lugares de España en que no murió nadie de dicha enfermedad.