Poblados (1955 - 1957)
1956 y 1957 fueron años importantes para el arte y la arquitectura en España. La fundación de grupos artísticos como El Paso en Madrid (en la casa del arquitecto José Luis Fernández del Amo) fue precedida en un año por acontecimientos profundos en el territorio de la arquitectura. El 18 de julio de 1956 Franco inauguró los Poblados de Fuencarral A de Francisco Javier Sáenz de Oiza y Fuencarral B de Alejando de la Sota. Aquel verano se encargaron los Poblados Dirigidos de Entrevías, Fuencarral, Canillas, Caño Roto y Orcasitas. En 1957 se encargaron Almendrales, Manoteras y la segunda fase de Fuencarral y la tercera de Entrevías, y al año siguiente las últimas fases de todos los poblados. Fuencarral A y Fuencarral B fueron cruciales y explican un cambio sustancial, un antes y un después de los Poblados y la arquitectura de viviendas sociales en general.
Muestran el momento en que la arquitectura española, aprovechando una modernización básica de la industria de la construcción—se normaliza el suministro de cemento y de hierro—, construye las primeras obras homologables estilísticamente con las del resto de Europa. Pueden citarse obras desde 1950 con las que ya ocurría esto pero, excepto en el caso de Coderch. Fisac y Cabrero, cuyas obras fueron publicadas fuera de España, se trataba de obras aisladas de, precisamente, los arquitectos que ocupan estas páginas, que no fueron conocidas en el exterior.
Por decirlo de otra manera, en Fuencarral terminó el «período cerámico» (por no decir la edad de la cerámica) de la arquitectura española, impuesta tras la guerra por la falta de otros materiales, y que tuvo su arranque con el magisterio de Luis Moya y sus bóvedas tabicadas: una experiencia de gruesos muros de ladrillo y bóvedas, fueron las viviendas de Béjar y de Virgen del Pilar de Cabrero, Esquivel de Sota o los primeros pueblos (que no poblados) de Fernández del Amo. Una arquitectura sabia y hermosa y auténtica y no antigua pero que, aunque estilísticamente sólo podía ser contemporánea, conservaba un aire de la desnutrición y escasez en que nació, el de la España de la inmediata posguerra.
Fuencarral B fue la hermosa culminación del modo viejo y Fuencarral A el brillante nacimiento del modo nuevo. Con el poblado de Sota termina el uso de la arquitectura popular como modelo, se agota una cierta «racionalidad agraria» y comienza la «racionalidad industrial». El conjunto de Oiza no es técnicamente más avanzado que el de Sota, pero está pidiendo a gritos una industria de la construcción, sea eso lo que fuere. Una industria que vino, aunque distinta a lo que los arquitectos imaginaban y querían.
Este cambio supuso un abandono de lo mediterráneo (Coderch había sido el promotor de la racionalidad agraria y Fernández del Amo siguió construyendo así en el sur peninsular) por unas nuevas influencias nórdicas que ganaron Madrid para otras arquitecturas ejemplares que añadir a la de Alvar Aalto ya instalada en la ciudad. La aportación americana de Oiza, sumada a la de Jacobsen traída por Cubillo y otros, se impuso en los poblados. En Entrevías, Oiza, Sierra y Alvear asumen al mejor Oud, emparejándose con los más conseguidos ejemplos del existez mínimum en un ejercicio de ascesis máxima. La fenétre en longeur más estricta o los testeros más ciegos, construidos a partir de unos dibujos con todo el aroma del optimismo de los primeros cincuenta. Romany, por su parte, alcanza, en otro ejercicio de sobriedad minimalista, el dramatismo brutal de sus contemporáneos ingleses. Las reticuladas fachadas, con las terrazas de las estancias y las comisas acristaladas, mostrándolo todo, y las fachadas opuestas, planos limpios de ladrillo con las rasgaduras armónicas y paralelas de las ventanas, son un ejercicio de discreción ejemplar. Las plantas de estas viviendas son de una precisión dimensional insuperable. Los gruesos muros de ladrillo que aún cruzan la planta son ya un residuo entrañable de la edad de la cerámica.
Una foto aérea del Poblado de Canillas muestra un barrio como de Magritte, donde los bloques de viviendas de dos y tres alturas se ordenan perfectos, fríos y solitarios en un paisaje casi desértico en el que sólo destacan unos cipreses en el horizonte. Es como un Jacobsen no menos frío pero más seco. Perfecto en la solución y orden de las cubiertas, sobrio y seguro en la composición de las fachadas y estricto en la distribución y dibujo de las plantas, estuvo su autor, Luis Cubillo. Caño Roto es el momento culminante de esta historia de los poblados. La ordenación es más precisa y variada, la distribución de edificios altos e hileras de unifamiliares configura un paisaje más compuesto, en definitiva es el poblado más estructurado, que ya no es un conjunto de casas, sino un auténtico poblado, con espacios y recorridos públicos incluidos. Por lo que hace a las viviendas, son igual de sobrias que las de los anteriores poblados, los tipos rigurosamente distribuidos también son semejantes, pero en el caso de Caño Roto aparece una novedad constructiva: la estructura de pilares de hormigón. Pilares y vigas de hormigón que quedan vistos en fachada, produciendo una retícula ala que se sujetan con precisión los huecos de las ventanas y unas persianas correderas; es decir, se trata de una nueva adaptación de las contemporáneas composiciones «a lo Mondrian» resuelta con éxito.
El Poblado de Orcasitas ya no existe. Otra pérdida más. Sus autores fueron Rafael de la Hoz y Joaquín Ruiz Hervás, dos arquitectos obsesionados por la modulación. Propusieron el «módulo Hele» que permitía construir a partir de su repetición. Esa era una obsesión de la época bajo la influencia del «Modulor». En Orcasitas hicieron un estricto ejercicio, duro y abstracto, revestido por grandes lienzos de ladrillo rasgados por huecos verticales que tienen una altura de seis plantas y albergan las ventanas. La insistencia de estos rasgados producía una sensación de ritmo y voluntad.
Terminó esta serie de poblados dirigidos con Almendrales. Los arquitectos fueron un formidable equipo aunado para la ocasión: Javier Carvajal, José María García de Paredes y José Antonio Corrales y Ramón Vázquez Molezún (que ya venían trabajando juntos). Fue distinto, no sólo porque se utilizó la estructura de hormigón como ya hicieron Íñiguez y Vázquez en Caño Roto, ni tampoco porque el conjunto de vivienda se completara con servicios como iglesia, tiendas y otros que proyectaron los arquitectos por separado, sino por el planteamiento general de la arquitectura. Todas las viviendas se agrupan, cuatro por planta, en unos edificios de seis plantas. Una escalera central iluminada cenitalmente, resuelve el acceso. El perímetro de la planta es completamente distinto a todo lo visto hasta ahora. Da pie a utilizar ese vocablo, «orgánico», al que tanto uso daría luego Juan Daniel Fullaondo, el propagandista de casi todos los arquitectos citados y del exitoso vocablo, con el que acabó agrupándolos. Los edificios tienen una estricta orientación solar y el escalonado de su perímetro tiene el objetivo naturalista de buscar al astro, ordenando las ventanas a las que siguen las habitaciones. El pasillo ha sido totalmente erradicado y los dormitorios y la cocina se abren aun espacio coral: el cuarto de estar, que también encuentra el sol. De veinte ventanas sólo una da al norte, nueve al sur y ocho al este. Un récord. El conjunto del barrio es variado, casi pintoresco pero nada rural, por el contrario muy urbano; un barrio de ciudad, tampoco un poblado.
Y aquí acabó la historia de los Poblados y comenzó la de otras formas de construir viviendas baratas. Del populismo de Fuencarral B pasamos al brutalismo de Romany..., al estructuralismo de Oiza y de Caño Roto y Orcasitas, pasamos por Jacobsen con Cubillo y terminamos en el «organicismo madrileño» que venía para adueñarse de otra época: los sesenta y el pop.
Referencia[ ]
- RUIZ CABRERO, Gabriel. Poblados (1955 - 1957), en Enciclopedia Madrid S.XX
Este artículo reproduce el capítulo homónimo de la Enciclopedia Madrid Siglo XX, cuyo autor conserva el copyright.
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