Regeneracionismos en el cambio de siglo

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Bajo el genérico epígrafe de regeneracionismo tradicionalmente se ha designado al conjunto de reacciones —dominadas frecuentemente por un pesimismo que incluso llegó a cuestionar la esencia de lo español — surgidas tras el desastre de 1898. No obstante, el regeneracionismo intersecular no se agota en esta perspectiva sino que engloba un abanico plural de opiniones, reúne propuestas de muy distinto origen —costistas, regionalistas, incluso socialistas—que pueden coincidir en la denuncia política y en un mismo espíritu critico y reformista, e incluso en las filas de la élite dinástica pueden encontrarse propuestas que cabría calificar de regeneracionistas o revisionistas, expresadas por Silvela, Dato, Canalejas o Maura.

Antonio Maura (1853-1925) representa el mejor ejemplo del regeneracionismo gubemamental. Presidente del Consejo entre 1903 y 1904, y entre los años 1907 y 1909, impulsará un amplio paquete de medidas dirigidas a actualizar las bases del sistema. La revolución desde arriba —basada en la mecánica legal, articulada desde el Parlamento o el Ejecutivo—, la movilización de las conciencias, de la opinión pública (denostada por Cánovas), el reformismo social como antídoto ante el riesgo de una sacudida revolucionaria, el mito de una economía nacional productiva, la descentralización política y administrativa... son los puntos nucleares de una amplia tarea legal, en la que destaca el impulso a la reforma de la Administración local, la reorganización de la Marina, el reconocirniento del derecho de huelga o la revisión de la normativa electoral.

La Ley Electoral de 1907 pretendía abordar el problema del caciquismo e impulsar la democratización del Estado, despolitizando el proceso electoral, reforzando el papel vigilante de las instancias judiciales e imponiendo la obligatoriedad del voto. En términos nacionales, los comicios de 1910 manifestaron los limites prácticos de aquel texto, al gravitar de nuevo en las pautas tradicionales de abstencionismo o en las seculares injerencias desde las viejas redes de fidelidad y coacción. En su traducción madrileña, estos comicios supusieron una clara victoria para las candidaturas republicano-socialistas, en un contexto donde parecía quebrarse, además, el elevado abstencionismo secular. Estos datos manifiestan la relativa madurez del mercado electoral madrileño y deben interpretarse en relación con episodios colectivos coetáneos como las manifestaciones contra el Gobierno conservador tras los sucesos de la Semana Trágica (en octubre de 1909) o los millones y actos de adhesión a la «Ley del Candado» celebrados en el verano de 1910.

La lógica regeneracionista se proyecta en el Ayuntamiento madrileño durante la primera década del siglo: reivindicación de la autonomía municipal, revisión de competencias, programas de intervención viaria o higienico-sanitaria, abaratamiento de las subsistencias, provisión de obras para las clases trabajadoras desempleadas... Políticos, publicistas o periodistas madrileños, como Joaquín Ruiz Giménez, reflexionarán sobre las reformas que requiere Madrid, sobre la necesidad de europeizar la villa y corte. Reflejo del espíritu regeneracionista son los programas municipales promovidos por Romanones y por Alberto Aguilera, alcalde de Madrid entre 1901-1902 y 1906-1907, programas obstaculizados por las limitaciones presupuestarias que arrastra el municipio, y que limitan, por su endeudamiento, su capacidad de intervención sobre la ciudad.

Referencia[ ]

  • RUEDA LAFFOND, José Carlos. Regeneracionismos en el cambio de siglo, en Enciclopedia Madrid S.XX


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