Universidades y ciencia

De Madripedia
Saltar a: navegación, buscar

La relación de Madrid con la Universidad viene de antiguo. Desde principios del siglo XVI, la Universidad de Alcalá de Henares, creada por el Cardenal Cisneros, sirvió a la formación de los estudiantes madrileños. Su profesorado y enseñanzas se trasladaron a principios del siglo XIX a la capital: la Universidad Central seguía así el modelo de las reformas liberales, que tenían -con retraso- a la incorporación de los saberes positivos. Al comenzar el siglo XX, la Universidad de Madrid era la más importante del país, de acuerdo con el rango de los reformadores. Era la que más profesorado tenía, de máxima calidad supuestamente, pues muchos terminaban en ella su ascenso por el escalafón, y la que poseía todas las facultades, ya que además de Medicina y Farmacia tenía una de Ciencias, en la que comenzaba -aun con dificultades- a hacerse más moderna la enseñanza de saberes punteros. Al empezar el siglo, y durante décadas, varios planes de estudio dejarían cerrado el marco de los estudios superiores. Éstos se completaban en Madrid con la docencia, más práctica y acorde con la evolución profesional, que era impartida en las escuelas de ingeniería.

La concesión de terrenos por Alfonso XIII a la universidad madrileña permitió poner en marcha un proyecto que otorgaba importancia a una adecuada infraestructura en la función científica y en la transmisión educativa. Desde las viejas aulas de San Bernardo, y poco a poco, en la Ciudad Universitaria madrileña se irían rescatando tradiciones, la anglosajona o la misma española, basada en la armonía de maestros y discípulos. Pero esas tradiciones trataron de adecuarse a las nuevas necesidades del espacio y a sus simbologías: aulas funcionales y llenas de luz, laboratorios y bibliotecas bien dotados, campos de deporte, formas de asociación... En esta espectacular innovación, que comenzó a sembrar los hermosos terrenos de la Moncloa con modernas edificaciones (para Medicina -que llegaría a acabarse antes de la guerra-, Farmacia y Estomatología, Derecho y Filosofía), Florestán Aguilar y Juan Negrín fueron decisivos. Un nuevo Hospital Clínico, con un actualizado concepto de la investigación -inseparable de las cátedras-, estaría destinado a ofrecer la expansión material que los añejos edificios de la calle Atocha no permitían ya. Cuando hombres como Juan Negrín o Carlos Jiménez-Díaz se aprestaban a comenzar el trabajo, empezó por desgracia la Guerra Civil. El frente se mantuvo, durante largo tiempo, en la nueva Ciudad Universitaria, que quedó así destruida.

La Universidad de Madrid en la posguerra retrocedió algo más que unas décadas. Bajo el oscuro manto del rector Zabala, y con una Ley de Ordenación Universitaria (1943), que subordinaba los supuestos científicos a la teología, creció la vocación autoritaria, la imposión sin límite sobre los individuos y sobre las ideas. Exiliados, depurados o desaparecidos muchos de aquellos profesores que habían apostado por el cambio científico, se llenarían las cátedras, de un día para otro, con los que eran más fieles, los menos exigentes en cuanto a esa tarea, tan llena de conflictos y a veces difícil de explicar que es la investigación. La penuria económica y el control de las aulas marcaron un período crítico, más que difícil, para la vida universitaria y, dentro de ella, para una continuidad en la investigación. La recuperación, y el crecimiento, del campus madrileño serviría de símbolo entre tanto al nacimiento de un Estado nuevo, que querría integrar el clasicismo humanista en su totalitaria función política, tal como reza la sentencia latina con la que se corona el Arco del Triunfo que hay en su entrada. Una experiencia sin embargo nueva, de apertura ideológica y de recuperación de la tensión científica, llegará a producirse a principios de los años cincuenta, cuando bajo el ministro Giménez alcanza el rectorado el falangista Pedro Laín, que sólo mantuvo un quinquenio. En un tiempo tan breve, la que se llamó entonces, simplemente, Universidad de Madrid, mostró claras mejoras en la elección de su profesorado, intentó el rescate de exiliados científicos y, sobre todo en las especialidades médicas, avanzó en la modernización de las enseñanzas. A raíz de ahí comenzarían las ayudas externas. Empezó a ser más atractivo dedicarse a la docencia universitaria y los laboratorios empezaron a funcionar. El ministro Manuel Lora-Tamayo concibe al fin una universidad moderna, en la que la intensa dedicación a la investigación debería ser posible. Los ministros Jesús Rubio García-Mina y Lora-Tamayo -con la Ley de Reordenación de las Enseñanzas Técnicas de 1964, y sobre todo la Ley General de Educación (LGE)- reúnen los estudios de ingeniería técnicas, y las viejas escuelas especiales, importantes por su relación con la industria, se unen en la Universidad Politécnica de Madrid.

La ley del ministro José Luis Villar Palasí marcó el fin de la universidad heredada del siglo XIX, incorporando mejoras docentes y, por diversos cauces, facilitando la investigación. La misma LGE acabó con la exclusividad de la antigua universidad liberal-moderada (que el franquismo hizo suya), inaugurándose otros centros ('centros modelos') en la misma capital y en Barcelona. Ya el nombre de éstas (Universidad Autónoma: de Madrid, o de Barcelona) hacía pensar que se trataba de algo vivo, capaz de organizarse por caminos propios. Se rescata también la vieja Alcalá, a la que tratará de distinguirse de su indiscutible heredera, ahora llamada a su vez, Complutense de Madrid.

La transición democrática, con Adolfo Suárez y su breve ministerio de Universidades e Investigación, significó la primera consideración efectiva de la autonomía universitaria, pero aun así continuaron existiendo fronteras difíciles de salvar para las distintas comunidades. Con el Estado de las autonomías, la Comunidad de Madrid ha empezado a entender en materias de educación. Las universidades -y no en grado menor las de Madrid (que además de las citadas incluye también la Universidad Nacional de Educación a Distancia, la Carlos III, la Rey Juan Carlos y otras privadas)- han respondido muy dignamente a un reto como éste, el planteado por las autonomías, que aún está por ver cómo afectará al desarrollo de la ciencia madrileña.


Fuente de la primera versión: Artículo de la Madrid Siglo XX. Enciclopedia, autor Elena Hernández Sandoica y José Luis Peset