Capitalidad
La capitalidad, con sus evidentes efectos espaciales, funcionales y fisionómicos, constituye el hecho diferencial de Madrid en relación con el resto de ciudades españolas, mientras que, por el contrario, la acerca a otras capitales europeas, como París, Londres o Viena. es evidente que el devenir de la ciudad y su conversión en una gran metrópoli está indisolublemente unido a la institución de la capitalidad, pero, además de sus consecuencias metropolitanas, el hecho confiere un carácter distintivo a la ciudad, que la hace diferente al que poseen otras grandes ciudades no capitales.
A pesar de que desde 1561 el establecimiento de manera permanente de la corte en Madrid otorgara a la villa la condición de capital (del reino y del imperio), el reconocimiento jurídico de la función de capitalidad hubo de esperar más tiempo. Hasta 1931 no se oficializa constitucionalmente este hecho, posteriormente también sancionado en la Carta Magna de 1978. Y, sin embargo, aún no se ha promulgado una ley que reconozca este hecho diferencial. Fue igualmente desde la Segunda República cuando el reconocimiento jurídico se vio acompañado de actuaciones que supusieron la exaltación de la idea de capitalidad desde una perspectiva de interés nacional: edificación de los Nuevos Ministerios, prolongación de la Castellana o intervención sobre la cornisa del Manzanares (ya durante el régimen franquista).
[[El carácter de la institución ha variado considerablemente a lo largo de más de cuatro siglos, desde su papel de corte de los Austrias y de los Borbones hasta su actual función de capital de un Estado fuertemente descentralizado, donde la residencia real no pasa de ser un hecho anecdótico. Ello obliga a establecer una doble aproximación: Madrid, corte de los reyes de España; Madrid, capital del Estado. Con diferentes consecuencias territoriales, morfológicas y funcionales.
Mucho se ha escrito sobre las razones que movieron a Felipe II para elegir Madrid como sede permanente de la monarquía española. Entre los motivos para ascender a la modesta población de Madrid (cazadero y residencia eventual de los Trastámara) a lugar preeminente del reino, en detrimento de otras ciudades como Toledo o Valladolid, se han señalado su posición central en Castilla y su cercanía a El Escorial; también la escasa implantación en la villa de los poderes nobiliario y eclesiástico. En cualquier caso, alejada del mar y de ríos navegables, la situación de la ciudad de Madrid no deja de constituir una anomalía entre las ciudades capital del Antiguo Régimen, que dificultará enormemente su desarrollo hasta la llegada del ferrocarril a mediados del siglo XIX.
Además de las puramente demográficas, las consecuencias morfológicas y territoriales no se hicieron esperar. La ciudad se fue poblando de palacios de nobles que buscaban la cercanía de la corte, concentrándose en los alrededores del Alcázar (futuro Palacio Real) y del Buen Retiro; la incipiente burocracia (los Consejos) se acomodaban en edificios propios y diferenciados. Madrid, en fin, se convirtió en el centro de un sistema de sitios reales, grandes posesiones donde el monarca y su séquito pasaban largas temporadas con un ritmo bien establecido: primavera en Aranjuez, verano en La Granja, otoño en El Escorial, invierno en El Pardo... Algunos de estos sitios reales, situados a las puertas de la ciudad (Casa de Campo, Buen Retiro, la la Moncloa, la Florida), han influido notablemente en la estructura actual de la ciudad, en particular en el sistema de zonas verdes o en la dotación de espacios de uso público.
Por otro lado, la irradiación de Madrid no se circunscribió a su creciente poder político y económico, convirtiéndose también en capital de la cultura española. del mecenazgo de la corte se fue pasando, a partir del siglo XVIII]], a la institucionalización de una cultura oficial, representada por las Académias, primero, los grandes museos nacionales después (Prado, Arqueológico, Etnológico, Ciencias Naturales), la Biblioteca Nacional, hasta hacer de Madrid, y de su eje Prado-Recoletos, el escaparate y referente cultural y artístico de la nación en un proceso seguido e intensificado por la actividad no oficial.
Pero además de corte, con la llegada del régimen liberal, Madrid será también capital del Estado, desarrollándose una función administrativa amplia y compleja, sustento de buena parte de la base económica urbana. Ya durante el siglo XVIII, la creciente importancia del aparato administrativo, como consecuencia del desarrollo de los mecanismos de control del territorio, provocó una progresiva dotación de edificios administrativos: el Palacio de Correos (actual sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid) o la Casa de Aduanas (que es hoy Ministerio de Hacienda), en un proceso que se intensificó en los siglos XIX (utilización de bienes desamortizados) y XX. La prolongación del paseo de la Castellana y la construcción de los Nuevos Ministerios, iniciada en época republicana, se transformará en uno de los sectores de mayor empeño político de exaltación del nuevo Estado durante el régimen franquista, pieza clave para manifestar la nueva concepción de capitalidad (Ministerio de Sanidad, Alto Estado Mayor, Instituto de Reforma y Desarrollo Agrarios IRYDA, Ministerio de Defensa...). La consolidación del eje de la Castellana como espacio administrativo de la ciudad fue la vanguardia de posteriores y generalizados procesos de implantación de edificios de oficinas en este sector: la aparición de un paisaje administrativo en ejes y zonas característicos ha influido de manera decisiva en la definición de áreas de centralidad en la ciudad.
Un último aspecto que no debe dejar de mencionarse en relación con la capitalidad es el que se refiere al desarrollo de la red de infraestructuras de transportes. Las supuestas ventajas que la situación central otorga a Madrid no hubieran sido posibles sin unas decisiones de tipo político que valorizasen dicha situación: el establecimiento de la red de carreteras y de ferrocarril poniendo a Madrid como centro de ambas redes. El modelo de ejes radiales planteado por Fernando VI (los Caminos Reales, origen de las futuras N-I a N-IV) sólo se puede entender desde la lógica de un centralismo creciente del Estado, iniciando un proceso de concentración en torno a la capital que se consolidó con el desarrollo de la red ferroviaria.
Fuente de la primera versión: Artículo de la Madrid Siglo XX. Enciclopedia, autor Luis Galiana Martín