Escuela de Madrid
El término, impreciso a todas luces, mereció, sin embargo, la atención de críticos, historiadores y artistas de los años cuarenta y cincuenta. No era época para demasiadas ilusiones de renovación en el arte y, sin embargo, algunos pintores jóvenes buscaban entre las ruinas de la vanguardia perdida y sus propias convicciones una formado plasmar su interpretación del paisaje, de las naturalezas muertas de las que se llegaba a desconfiar en algunos discursos oficiales de la época, y de los retratos; esto es, de expresar con el arte lo que no se podía decir del todo o de ninguna manera. Por otra parte, son años en los que las vanguardias nuevas, postsurrealistas, mágicas e informalistas comienzan a hacer su aparición en la culture artística española (de Dau al Set o el grupo Pórtico a El Paso, la Academia Breve de Critica de Arte y el Salón de los Once o la Escuela de Altamira), incluso a ser elegidas por el Estado para presentar una imagen de normalidad (Primera Bienal Hispanoamericana) que tardaríamos muchos años en recuperar.
En Madrid, la discutida segunda Escuela de Vallecas, nuevamente dirigida por el magisterio de Benjamín Palencia,aunque sin la presencia de los fundadores de antes de la Guerra Civil, marcó un punto de partida nuevo en el relamido y arcaico ambiente artístico madrileño. Sin embargo, no cabe duda de que el contacto de algunos jóvenes con Palencia y la estela de sus paisajes estimule un proceso tímido e indeciso de renovación que alcanzó notables cotas de calidad pictórica, como si quedarse entre diferentes mundos fuera una forma de sobrevivir artísticamente, ensimismados. Así, entre modernos y tradicionales, con oficio y osadía, construyen una modernidad aceptable y prestigiosa en años muy difíciles. Algunos de los miembros de la llamada Escuela de Madrid, siempre de fronteras imprecisas, pertenecieron a la fracasada segunda y agotada versión nostálgica de la Escuela de Vallecas. Incluso el mismo nombre que pretendía asimilarlos tenía algo de desaire frente a la llamada Escuela de París, muy propio de la época del franquismo. Sin embargo, estaban convencidos de ser modernos y vivos y, en cierta forma, así era. Fueron convocados o se reunieron por vez primera en la Galería-Librería Buchholz de Madrid en 1945 (pionera de una serie de galerías que lo fueron en Madrid en esos años, de los cuarenta a los sesenta: Fernando Fe, Sala Negra, Biosca, Juana Mordó, Neblí). Se reunieron, bajo el nombre tímidamente renovador de Joven Escuela Madrileña escultores y pintores como Pedro Bueno, Jose Planes, Carlos Ferreiro, Álvaro Delgado, Luis García Ochoa, Antonio Lago, Juan Antonio Morales o Pablo Palazuelo. En sucesivas convocatorias a artistas tan diferentes y de evolución lógicamente tan distinta se añadieron nombres como los de Jose Escassi, Eduardo Chicharro hijo, H. García Condoy, Martínez Novillo o Gregorio del Olmo. A todos parecía unirles un solo vinculo común, el de su residencia en Madrid.
Diferentes críticos apoyaron la idea de una posible Escuela de Madrid, aunque sólo el enunciado de sus nombres permite dudar sobre sus intenciones y el rigor de sus planteamientos, tan distintos como los presupuestos de los propios pintores que participaron en alguna de esas convocatorias, al menos, y parece imposible, hasta 1975. Entre los defensores de esa inasible escuela madrileña se encontraban E. Azcoaga, Víctor de la Serna, M. Sánchez Camargo y los más desconfiados R. Faraldo o A. Martínez Cerezo. Finalmente, los artistas que parecían haber consolidado su vinculación a la improbable pero histórica Escuela de Madrid fueron, como decantados a lo largo del tiempo y de sus propias trayectorias, F. Arias, Bueno, Delgado, Menchu Gal, García Ochoa, P. del Olmo, P. Mozos, A. Redondela, Juan Guillermo o el más convencido seguidor de Palencia y de la segunda Escuela de Vallecas, Francisco San José.
Referencia[ ]
- RODRÍGUEZ, Delfín. Escuela de Madrid, en Enciclopedia Madrid S.XX
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