Monte de El Pardo (artículo)

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Localizado al noroeste de la ciudad de Madrid, el Monte de El Pardo constituye, por su extensión y estado de conservación, uno de los mejores restos de los bosques mediterráneos que poblaron las llanuras de la meseta castellana. Es un bosque cultural, más bien monte, transformado secularmente por el hombre y preservado por los intereses cinegéticos de los monarcas. El actual monte, en su fisonomía, estructura, composición florística y estado de conservación, no puede entenderse adecuadamente sin acudir a su historia. Una historia secular de usos para leña, carboneo, caza, pastos y cultivos, algunos de los cuales ejercieron temporalmente fuerte presión sobre la masa arbolada.

En el Libro de la Montería de Alfonso XI ya se menciona El Pardo (entonces Dehesa de Madrit o Dehesa Vieja) como monte importante para la caza. En él construyó Enrique III, en 1405, una fortaleza que se utilizó como pabellón de caza, sobre un antiguo alcázar árabe. Ese monte era de extensión reducida pero en el siglo XV, al pasar a ser de propiedad real, se incrementó su extensión y también el vedamiento de caza. A mediados del siglo XVI, Carlos V mandó construir un palacio sobre la fortaleza medieval; en su época, el monte para la caza se unía a los del Real de Manzanares, extendiéndose por el norte a tierras de Segovia. Su hijo, Felipe II, al establecer la corte en Madrid (1561), compró la actual Casa de Campo para enlazar el Palacio Real con El Pardo, e inició la reducción de la caza en el área externa al mismo. La propiedad real se fue incrementando, en los siglos XVII y XVIII, con la incorporación, mediante donación o compra, de otras fincas colindantes, la Zarzuela, Viñuelas, La Moraleja, Batuecas, la Quinta, etc. Femando VI, Carlos III y Carlos IV compraron tierras que incrementaron la propiedad real, y el primero, entre 1751 y 1753, convirtió el monte en «coto redondo», construyendo la valla que se conserva actualmente. Carlos III fundó, en el interior del monte, el pueblo de El Pardo para instalar en él dependencias reales y casas particulares. El libro que Virginia Tovar dedicó en 1994 a El Pardo narra en detalle esta historia.

El uso cinegético y la propiedad real preservaron este monte de la intensa deforestación que afectó al entorno de la ciudad de Madrid. Se roturó parcialmente el monte, en diversas épocas, deforma irregular o con el consentimiento de los monarcas, especialmente de Femando VII, llegando a comprometer la pervivencia de la caza, y de Alfonso XIII, que impulsó el regadío y mejoró el secano. La desamortización supuso una importante segregación de tierras del monte: por ejemplo, se vendieron los cuarteles de Viñuelas y La Moraleja.

El Pardo perteneció al Patrimonio Real hasta 1931 en que pasó al Patrimonio Nacional. Durante la dictadura del general Franco fue adscrito al uso y servicio del jefe del Estado: en 1939 el palacio se convirtió en residencia de éste. En esa época, se segregaron terrenos para urbanizaciones de lujo, como La Florida, Puerta de Hierro y Mirasierra, y se ampliaron las concesiones temporales y arrendamientos para sociedades de ocio y deporte: el Parque Sindical deportivo, los complejos de Somontes, el hipódromo de la Zarzuela.., y, más recientemente, las instalaciones de carácter científico y deportivo situadas a lo largo de la carretera que enlaza Madrid con el pueblo de El Pardo, los restaurantes, etcétera.

La presión urbanística y de usos urbanos sobre el monte ha sido (y es) pues intensa, al igual que ha ocurrido con otros espacios del antiguo patrimonio de la corona. Actualmente está acosado por las urbanizaciones que canalizan el crecimiento en el área metropolitana hacia el norte. El ferrocarril y las carreteras lo surcan o rodean, permitiendo observar el primero sectores del monte no abiertos al público: en efecto, con la llegada de la democracia se abrieron 900 hectáreas, que constituyen una de las áreas más degradadas. resto del montees reserva de caza.

El paisaje del Monte de El Pardo es, en general, el de una campiña arbolada, modelada en vaguadas y lomas por la red del río Manzanares. Se localiza en el sector norte de la llamada cuenca del Tajo, en el contacto con el piedemonte del Sistema Central. Su sustrato está formado por arcillas y arenas arcósicas con cantos y bloques: un material sedimentario arrastrado desde las sierras a la cuenca por corrientes esporádicas a fines de la era terciaria. Tras la acumulación de estos depósitos se modeló sobre ellos un glacis o suave rampa inclinada hacia el sur. La posterior organización de la red de drenaje del río Manzanares transformó esta rampa, que sólo se conserva hoy en las áreas culminantes, en un conjunto de lomas y vaguadas, estas últimas abiertas por el río y sus afluentes. La cota más alta, situada al noroeste, supera los 800 metros y la más baja, en el cauce del río Manzanares, es inferior a 600 metros. Además de las aguas superficiales existen manantiales en los que aflora el acuífero detrítico, que también ha sido alumbrado al exterior por numerosos pozos. Las terrazas aluviales, que quedan colgadas a diversa altura sobre los cauces principales, han sido utilizadas para cultivos de regadío.

Diversas estructuras ha modelado el hombreen el encinar castellano que cubre los suelos arenosos del Monte de El Pardo, suelos de régimen xérico, con déficit veraniego de agua acusado. El clima de carácter mediterráneo continental, con precipitaciones en tomo a los 450 m3, no es favorable al desarrollo de un bosque denso y umbrío. El encinar castellano, dominado por la encina carrasca, acompañada en algún sector de El Pardo del alcornoque y el enebro, era en su origen probablemente un encinar abierto que fue transformado por el hombre, mediante la eliminación de pies de encina y arbustos, en «dehesa» o «monte hueco». Esta estructura se mantenía tradicionalmente por el pastoreo de ovejas, con algunas cabras que alternaban con el ganado de cerda durante el verano. El pastizal, bajo las encinas y culos claros del monte, se ha transformando por el pastoreo: en él se ha mantenido la retama por la capacidad de esta especie para mejorar el pasto. En áreas de vaguadas y depresiones, no ocupadas por cultivos, carreteras o áreas recreativas, la encina es sustituida por el fresno. Las «matas» son también estructuras, más o menos adehesadas, en cuyas raíces más superficiales brotan plantas de encina en el entorno del árbol; en ellas es frecuente encontrar la esparraguera que también aparece bajo los arbustos. En los montes de encina, de estructura variada, la carrasca se acompaña de jara, romero, labiémago, torvisco... Estas especies, y otras, forman matorrales diversos y, en casos de mayor degradación, el suelo se cubre de tomillos, cantuesos, manzanillas... La vegetación se completa con los árboles y pastos de ribera, los espinales, juncales, carrizales... En las épocas favorables son frecuentes los hongos

El Monte de El Pardo es zona de especial protección para las aves (ZEPA), en él anidan el águila imperial, el buitre negro, la cigüeña negra...; es también reserva de caza: tiene jabalí, ciervo y gamo, además de caza menor.

El Monte de El Pardo, la más extensa área arbolada del municipio de Madrid, ha sido transformado y utilizado secularmente por el hombre pero también preservado en sus valores fundamentales: constituye en suma un paisaje humanizado de alto valor ecológico y cultural.

Referencia[ ]

  • SANZ HERRAIZ, Concepción. Monte de El Pardo, en Enciclopedia Madrid S.XX


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Este artículo reproduce el capítulo homónimo de la Enciclopedia Madrid Siglo XX, cuyo autor conserva el copyright.
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Olmos de Somontes y Alcornoques del Monte El Pardo

Catalogados como árboles singulares de la Comunidad de Madrid


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