Realismo madrileño

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Entre finales de los años cincuenta y mediados de los sesenta tuvo lugar en España un debate teórico en tomo al realismo y la abstracción informalista que se hacía eco de la vieja polémica en el seno del marxismo europeo sobre la relación entre vanguardia artística y vanguardia política. En aquellos mismos años, aunque sin relación aparente con esa discusión teórica, surgía como una alternativa practica al informalismo la obra de un grupo de pintores y escultores realistas que trabajaban en Madrid. Era un grupo generacional, formado por algunos amigos que habían sido compañeros de estudios en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en la madrileña calle de Alcalá. Entre ellos destacaba la figura del pintor Antonio López García (Tomelloso, Ciudad Real, 1936) y, a su alrededor, los escultores Julio López Hernández (Madrid, 1930) y su hermano Francisco (Madrid, 1932), la mujer de éste, la pintora Isabel Quintanilla (Madrid, 1938), Amalia Avia (Santa Cruz de la Zarza, Toledo, 1930), casada con Lucio Muñoz, y María Moreno (Madrid, 1933), esposa de Antonio López. Mas allá del éxito nacional e internacional de Antonio López, el grupo de los realistas madrileños alcanzarla entidad pública en algunas exposiciones colectivas, desde la muestra «Realismo Mágico en España hoy» («Magischer Realismus in Spanien Heute», Francfort, 1970) hasta la más reciente «Otra realidad. Compañeros en Madrid», celebrada en 1992 en el Palacio de las Alhajas de Caja de Madrid. En esas exposiciones se revelaba una poética compartida: una visión de lo cotidiano, de los objetos y los espacios familiares, impregnada de misterio y melancolía, marcada por el paso del tiempo y la presencia de la muerte. El extrañamiento ante las cosas característico del realismo madrileño se nutria tanto de ciertas corrientes figurativas del siglo XX (como la «nueva objetividad» y el surrealismo) cuanto de la gran tradición de la pintura española, con sus resonancias meditativas y alegóricas.

La evolución del realismo madrileño comienza, hacia 1957, con la etapa mágica o surreal de Antonio López, donde la vida diaria se envuelve en una atmósfera onírica, plagada de apariciones, de fantasmas. Mas tarde, a lo largo de los años sesenta, la pintura de López irá depurándose de la fantasía y lo sentimental y haciéndose cada vez más objetiva; el sentimiento del tiempo ya no se expresara en una referencia anecdótica, sino en la propia luz que resbala sobre la superficie de las cosas. La realidad urbana, el paisaje de Madrid que desde mediados de los cincuenta aparecía como fondo en los cuadros de Antonio López, se convierte en la década siguiente en el verdadero protagonista de su obra, testigo de la metamorfosis de una pequeña capital en metrópoli moderna: sus vistas de la Gran Vía, de Torres Blancas, de Madrid sur, son vastos panoramas de una ciudad desierta bajo un cielo vacío, pintados a lo largo de muchos años, y algunos de ellos aún inacabados

La vida (y la muerte) urbana está presente también en la obra de Amalia Avis, aunque de otro modo: con una visión cercana, que reconoce casi a tientas la fachada de una tienda o una esquina perdida de un viejo barrio de Madrid. En sus muros manchados, desconchados, se leen historias de un mundo a la vez sórdido y entrañable que evocan, como ha señalado Valeriano Bozal, las novelas madrileñas de Baroja. En contraste con la luz apagada y herrumbrosa de Avia, la pintura de Isabel Quintanilla respira claridad, transparencia. En sus interiores iluminados por la luz eléctrica, a veces en contraste con la luz exterior del atardecer, contemplada a naves de una ventana o una puerta, late una pureza de visión comparable a la de ciertos pintores románticos alemanes.

Más allá del grupo original, la estela del «realismo madrileño» se prolonga hasta hoy a través de una serie de coetáneos y discípulos de Antonio López, a los que se ha reunido a veces en exposiciones colectivas. Por ejemplo, la muestra Realistes a Madrid, organizada por la Generalitat de Cataluña en Barcelona en 1984, incluía, junto a los artistas del grupo original, otros nombres, como los de José Miguel Pardo (1936), Miguel Ángel Argüello (Madrid, 1941), José María Mezquita (Zamora, 1946), Antonio Maya (Jaen, 1950) o Daniel Quintero (Málaga, 1940), aunque este último ha rechazado con insistencia su adscripción al realismo.

Referencia[ ]

  • SOLANA, Guillermo. Realismo Madrileño, en Enciclopedia Madrid S.XX


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