Teatro

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Con la tradición culta de la Comedia del Arte, en el siglo XIX se construyeron muchas salas, a la italiana, para el rey de los espectáculos: el teatro. Madrid en 1900 contaba con más de veinticinco teatros, del Alhambra o el Apolo al Español y del Lara a la Zarzuela. Empezaba un siglo con la esperanza puesta en continuar con el esplendor teatral del siglo XIX.

Durante los primeros años, se completó la construcción de teatros en Madrid y, en una nueva calle, la Gran Vía, se concentraron algunos de los más modernos, con el Fontalba a la cabeza. Se adoptaban nombres evocadores, clásicos o exóticos, como Coliseum y Odeón, hoy Calderón, un Rialto y un Royalti, así como varios Palacios. Muchos desaparecieron en el transcurso del siglo, nombres tan relevantes como Eslava, Martín, Novedades, por trágico incendio, Recoletos, Romea, Tívoli, Barbieri, Cómico, Lírico, Príncipe Alfonso y Variedades.

Las primeras décadas del siglo en Madrid fueron antológicas para el teatro, con cientos de representaciones al año, grandes actrices y actores, como María Guerrero, la Xirgu, Díaz de Mendoza y Enrique Borrás, y dramaturgos no menos importantes: Benavente, los Machado, Miguel Hernández, Lorca, Jardiel Poncela, Muñoz Seca, Joaquín Dicenta, Edgard Neville, cuyas obras eran vistas por miles de espectadores. Por tradición, el 1 de noviembre todos los teatros reponían el Tenorio de Zorrilla.

En esos años veinte el teatro aportaba lo «moderno». Se introdujeron cambios en el lenguaje y aparecieron nuevos giros y palabras en el léxico: Los extremeños se tocan, de Muñoz Seca, era el colmo de la modernidad.

Con la República aparecieron en Madrid iniciativas como La Barraca y las Misiones Pedagógicas para difundir la cultura, el arte y el teatro, y enseguida, desde la otra «zona», se promovió la explosión del patriotismo con las épicas del Siglo de Oro.

A partir del año 1939 cobrarían especial importancia los Teatros Nacionales, Español y María Guerrero (antes de la Princesa), que empezaron con obras «de espíritu nacional», como En Flandes se ha puesto el sol, de Eduardo Marquina, pero directores relevantes como Cayetano Luca de Tena o Luis Escobar y Humberto Pérez de la Ossa, en el María Guerrero, aportarían la visión moderna del teatro de posguerra. También se impulsaba el teatro privado, Tirso Escudero en la Comedia o Conrado Blanco en el Infanta Isabel, y, con los años, continuaría el crecimiento de la actividad, perpetuamente en crisis, con directores como José Tamayo, Miguel Natros, José Luis Alonso o Adolfo Marsillach, con su Compañía de Teatro Clásico Nacional.

Entre todos los teatros se acogieron otros espectáculos para que niños y mayores gozaran, rieran y se maravillaran con la magia del circo. Después de alternativas localizaciones, el Teatro-Circo Price, en la plaza del Rey, dejó recuerdos imborrables para quienes disfrutaron de sus espectáculos fabulosos. El circo siempre fue de grandes familias de artistas, algunas con figuras estelares, como Pinito del Oro, de los Segura, o Charlie Rivel, de la familia Andreu. El recuerdo que en todos permanece es el de los payasos, que decían ser todos hermanos. Desde Ramper, que se quedó con parte del nombre de su hermano, como los (no) Hermanos Cape, que inventaron el «¿Qué le dijo..?», o los Hermanos Moreno, Díaz, Tonetti, y la siempre presente familia Aragón, que cuentan proceder de uno que, enamorado de una bella ecuyére, inició la dinastía como padre de Pompoff, Tedy y Emig.

El Circo Price cayó bajo la piqueta (1970) para levantar un banco, «negocio como negación del ocio», que años después, ¡oh ironía! seria el Ministerio de Cultura.

Después de años en los que Madrid acogía circos ambulantes, muchos «contaminados» por la televisión, la ribera del Manzanares acogió la más fascinante expresión de la magia circense, ¡lo imposible era fácil! Llegó Le Cirque du Soleil.

Referencia[ ]

  • ZUMÁRRABA, Juan. Teatro, en Enciclopedia Madrid S.XX


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