Cementerios (artículo)
De los cementerios heredados del siglo anterior, al comenzar el siglo XX se hallaban en uso los de las archicofradías sacramentales de San Lorenzo, Santa María (1841), San Justo (1847) y San Isidro (1811), el cementerio británico (1854), y el de la Almudena (1884), con el inmediato cementerio civil.
En cuanto a los antiguos cementerios de San Martín (en la actual avenida de las Islas Filipinas), de la Patriarcal (1849), San Luis (1831) y General del Norte (1809), situados entre las actuales calles de Magallanes, Vallehermoso, Meléndez Valdés y Joaquín María López, así como el [[Cementerio General del Sur]] (al final de la calle de la Verdad), y los de San Sebastián y San Nicolás (1825) —en Méndez Álvaro, frente al depósito de locomotoras de Atocha—, se habían cerrado para inhumaciones en septiembre de 1884.
Pero esos cementerios clausurados no se desalojaron hasta comienzos de la década de los veinte; en 1929 sólo quedaban el de San Sebastián, ruinoso y abandonado, y el de San Martín, cuyo recinto, sin embargo, sobrevivió hasta 1955 aproximadamente, época en la que se dinamitaron sus tapias para dar paso al solar sobre el que se construyó el estadio de Vallehermoso.
Por tanto, en el siglo XX se eliminaron los antiguos cementerios situados en terrenos del Ensanche, pues, aparte de otras razones, mermaban el valor de los terrenos colindantes y obstruían la urbanización, generando ademas, en tomo suyo, un espacio de miseria, como el área de chozas (aún no se llamaban chabolas) de las calles Meléndez Valdés y Magallanes, que se mantuvieron hasta su desalojo forzoso, por razones a la vez higiénicas y especulativas, en julio de 1925.
Se mantuvieron, en cambio, los cementerios antiguos de la margen derecha del Manzanares (salvo el General del Sur), no afectada por el Ensanche y no sujeta entonces a la presión del valor del suelo, lo que ha permitido conservar, aunque sólo sea por inercia, una parte del valor patrimonial de las sacramentales de San Lorenzo, San Justo y, sobre todo, San Isidro, con muestras sobresalientes del arte funerario.
Las mismas razones que llevaron a la clausura de los cementerios antes citados, unidas al crecimiento demográfico, indujeron a la construcción de la Necrópolis del Este, cuyos terrenos se adquirieron en 1876, si bien no se inauguró hasta 1925. Mucho antes, desde 1884, había comenzado a enterrarse en el cementerio llamado de Nuestra Señora de la Almudena; improvisado en ese alto como «cementerio de epidemias», a cause de la de cólera que se desarrolló entonces, sus terrenos eran colindantes con los adquiridos para la Necrópolis del Este, con la que acabaría por confundirse tras el relleno de la vaguada del arroyo de la Media Legua, que los dividía. El conjunto fue ampliado por su parte meridional en 1955, hasta superar las cien hectáreas, pero muy pronto la edificación, y la apertura de nuevas vías urbanas, acabarían por imposibilitar nuevas ampliaciones. Por este motivo, y par los problemas de accesibilidad desde los barrios occidentales, fue necesario construir el nuevo cementerio de Carabanchel, inaugurado en la época del desarrollismo, en fuerte contraste tipológico y ornamental con los camposantos heredados del siglo XIX y comienzos del XX.
Frente al acceso del antiguo cementerio de la Almudena, al otra lado de la carretera de Vicálvaro (hoy avenida de Daroca), se construyó el cementerio civil a que obligaba la ley de 1871. En él se sepultaron los disidentes de la fe católica, los protestantes no británicos, masones, etc., constituyendo con el tiempo un espacio singular por la significación intelectual o política de muchos de los allí enterrados, y por la simbología funeraria; en años no lejanos se unió a él el cementerio hebreo.
Referencia[ ]
- QUIRÓS LINARES, Francisco. Cementerios, en Enciclopedia Madrid S.XX
Este artículo reproduce el capítulo homónimo de la Enciclopedia Madrid Siglo XX, cuyo autor conserva el copyright.
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