Surrealismo

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La recepción en Madrid del movimiento de origen francés fue extremadamente rápida: fueron muchos los poetas y pintores afincados en la capital que terminarían identificándose con él, aunque pocos reconocieran de modo explícito su adscripción al mismo. En diciembre de 1924, tan sólo dos meses después de la publicación en París del Manifiesto del Surrealismo de André Breton, la Revista de Occidente se hacía eco del acontecimiento, al tiempo que daba a conocer los fundamentos del nuevo credo: la reivindicación del inconsciente y la apuesta por las técnicas creativas de carácter automático. Al arraigo de los mismos también contribuyó la llegada de Louis Aragon, uno de los miembros más cualificados del núcleo parisino, quien en abril de 1925 pronunció una conferencia en la Residencia de Estudiantes. La prestigiosa institución estuvo estrechamente ligada al desarrollo del Surrealismo en España, ya que en ella entraron en contacto tres de sus máximos exponentes: Luis Buñuel, Federico García Lorca y Salvador Dalí. A lo largo de los años veinte también recalaron allí personajes como Emilio Prados, José Moreno Villa o José Bello, convirtiéndose ademas en punto de referencia obligado para cuantos, fuera de ella, se aventuraron por semejantes derroteros artísticos. La confluencia de un plantel de personalidades sin parangón posterior promovió en aquel medio estudiantil en estilo vital altamente creativo en el que la imaginación, los juegos verbales y la exploración del absurdo se hallaban a la orden del día. De hecho, en la Residencia de Estudiantes se gestaron imágenes y conceptos que posteriormente (vía Buñuel y Dalí) pasarían a formar parte del acervo del Surrealismo internacional. A la decantación de aquel círculo por el credo bretoniano contribuye ademes, como reconocen Buñuel y Dalí en sus escritos de carácter autobiográfico, el impacto producido por Sigmund Freud, cuyas obras se habían empezado a traducir al castellano en 1922.

En el núcleo madrileño, en el que confluyen personalidades procedentes de toda la geografía española, los primeros ejemplos de una plástica surrealista datan de 1927, coincidiendo por tanto con las primeras obras plenamente surrealistas realizadas por Dalí tras su regreso definitivo a Cataluña. En ese año García Lorca, muy relacionado con los círculos artísticos catalanes a través del pintor de Figueres, dio a conocer en las Galerías Dalmau de Barcelona una serie de dibujos automáticos. Si bien sería a partir de 1929 cuando, igual que ocurre con su producción literaria con Poeta en Nueva York, el Surrealismo irrumpa de forma brillante en una serie de dibujos de intensas resonancias letales. La presencia de Dalí, con cinco obras, en la Exposición de pinturas y esculturas de españoles residentes en París, celebrada en 1929 en el Jardín Botánico de Madrid, brindó la primera oportunidad de contemplar en la capital un conjunto relevante de pintura surrealista que, a comienzos de los años treinta, se configura ya como la opción predominante en el contexto artístico madrileño.

Entre sus representantes más cualificados figura José Caballero, un dibujante extraordinario, que a partir de 1932 puso al servicio de la imaginación más desaforada todos sus recursos técnicos. A él se deben también notables escenografías de carácter surrrealista, como la realizada para el drama lorquiano Bodas de sangre y otras piezas programadas por el teatro universitario La Barraca. Para este conjunto, dirigido por García Lorca, también realizaron escenografías de ese tipo el pintor Benjamín Palencia (La vida es sueño) y el escultor Alberto (Fuenteovejuna). Estos dos últimos creadores fueron los impulsores de la Escuela de Vallecas, punto de partida de un surrealismo de carácter telúrico e inspiración rural, que constituye una de las grandes aportaciones de la vanguardia española. Ambos propiciaron una nueva sensibilidad ante el medio natural y, en especial, ante el páramo castellano que fue pronto asimilada por otros artistas. Las referencias vegetales y mineras que le caracterizan aparecen en la obra del escultor Francisco Lasso y en las pinturas de Antonio Rodríguez Luna, Nicolás Lekuona y José Moreno Villa, entre otros. En las caminatas por el extrarradio madrileño que Palencia y Alberto solían emprender participaron además, en algunas ocasiones, escritores como Rafael Alberti, Gil Bel o Miguel Hernández. La pintora de origen gallego Maruja Mallo también se sintió atraída por el entorno rural madrileño, pero su visión del mismo es mucho más inhóspita y menos poética. Su serie Cloacas y campanarios, identificada con la estética vallecana, fue expuesta en la Galería Pierre Loeb de París en 1932 y uno de los cuadros, titulado Espantapájaros, fue adquirido por Breton. Un año más tarde Benjamín Palencia también dio a conocer en la misma sala sus espléndidos óleos de carácter matérico y formas orgánicas, con el beneplácito de la plana mayor del Surrealismo francés. Antonio Rodríguez Luna, por su parte, tras la represión de la Revolución de Asturias de 1934, agudizó su compromiso social, poniendo en adelante los hallazgos formales del Surrealismo al servicio de un arte de denuncia. En la nómina del Surrealismo deben ser incluidos también el escritor José Moreno Villa, autor de una estimable producción gráfica y pictórica en la que resuenan muchos de los motivos compartidos por el núcleo madrileño; el poeta ultraísta Adriano del Valle, creador de un buen número de collages en la línea instaurada por Max Ernst (cuyas colecciones fueron difundidas entre los artistas españoles por Luis Buñuel y de quien en marzo de 1936 se expuso en las salas del Museo de Arte Moderno de Madrid Une semaine de bonté ou les sept éléments capitaux); Nicolás Lekuona, que realizó, además de óleos y dibujos, incursiones en el campo de la fotografía y del fotomontaje de gran interés, y Alfonso Ponce de León, cuya producción pictórica oscila entre el Surrealismo y el Realismo Mágico. De forma más esporádica el Surrealismo también aflora en pintores como Francisco Bores, Hernando Viñes e Ismael González de la Serna, miembros de la llamada Escuela de París. Leukona y Ponce de León perecieron al comienzo de la Guerra Civil. Ésta puso punto final al entramado cultura que había propiciado el desarrollo de la vanguardia y de la que la experiencia surrealista constituye uno de sus capítulo más destacados. Muchos de sus protagonista se exiliaron a raíz de ella.

Referencia[ ]

  • GARCÍA DE CARPI, Lucía. Surrealismo, en Enciclopedia Madrid S.XX


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